El próximo 9 de noviembre –un día después de la elección-, Hillary Clinton despertará como la primera presidenta electa en la historia de los Estados Unidos. Como cuando ganó Barack Obama en 2008, será un día de reivindicaciones sociales y de cambio de significantes. Para muestra, un movimiento: existe un sitio web –www.IWaited96Years.com- que reúne a mujeres nacidas antes del 18 de agosto de 1920 –antes de que éstas pudiesen sufragar- que votarán por la exsenadora demócrata, o lo que es lo mismo, que votarán por la primera candidatura femenina realmente competitiva. Un muy necesario shock que le vendrá bien a ese país y, a todas luces, una fecha bisagra.
Pero como suele pasar, el otro lado de la moneda asume su rol de aguafiestas. El 9 de noviembre también será un día de frustración, duda e impotencia para una gran parte del electorado. En Milenio, Carlos Puig abordó el tema: “El 40 %, o poco más de los votantes que terminarán prefiriendo al misógino, xenófobo y proteccionista no podrá ser ignorado por ninguno de los partidos”.
No sé si se percató, pero en esa misma oración, el periodista tocó veladamente un problema creciente, pero tabú, para el establishment bipartidista. Ni demócratas ni republicanos representan toda la política en los Estados Unidos, y eso quedó claro cuando Donald Trump –republicano de ocasión y camaleón político- llegó contra todo pronóstico a la boleta electoral.
Si bien el votante de Trump está ideológicamente más cercano a los republicanos, también es marcadamente antisistema. El magnate pudo arrebatarle la candidatura a la élite tradicional porque las bases que se sienten abandonadas le dieron su voto. En otras palabras, Trump encontró una grieta desde la que millones de estadounidenses critican un sistema que, a sus ojos, no produce ni republicanos ni demócratas aptos para resolver sus problemas –reitero, por eso voltearon a ver a Trump en un principio: por ser una especie de tercera opción-. El 9 de noviembre, con Trump fuera de la escena, ¿quién les hablará a todos aquellos en la grieta?
Muchos analistas han dicho que uno de los mayores retos de Clinton será intentar unificar un país claramente dividido por el proceso electoral. Sí y no. Sí, porque se puede –y se debe- intentar la reconciliación vía políticas públicas pensadas para aquellos sectores rezagados –en la precepción o en la realidad-. Y no, porque como nos ha enseñado la historia, a muchos ya no se les podrá unir; la grieta está ahí y a tope. Por supuesto, no aventar un salvavidas a todos ellos sería un error social y político monumental, pero estamos hablando de un problema de representación, e inclusive, de identidad. Millones ya no se identifican necesariamente dentro del bipartidismo tradicional.
En The New York Times, el siempre contundente David Brooks escribió un artículo titulado “La triste y solitaria vida de Donald Trump”. Habla esencialmente de la torcida visión moral de este individuo, pero en el texto hay una frase, para variar, resonante: “La política es un esfuerzo para establecer conexiones humanas”. Si el binomio republicano-demócrata empieza a hacer agua, la política –esa que busca incluir y conectar- les puede ayudar. La pregunta es si el establishment bipartidista permitiría un mayor juego a partidos pequeños y a la creación de nuevas agrupaciones, o si seguiría auspiciando un sistema electoral que ve el mundo sin grises: o blanco o negro.
@AlonsoTamez