Un término, verbo, sustantivo, adjetivo que, dice el presidente de Cruz Azul, Guillermo Álvarez, resulta peyorativo. Pero iniciemos desde el mero principio, por la definición: “Dicho de una palabra o de un modo de expresión: que indica una idea desfavorable”. O bien: “que empeora”. Eso quiere decir peyorativo.
Si nos vamos al estricto sentido de la palabra, no hay absolutamente nada de malo. ¿Por qué molestarse? ¿Por qué ofenderse si Cruz Azul ha ido empeorando torneo tras torneo?: antes ganaba títulos o al menos presumía consistencia en el torneo regular para un generoso primer lugar en la tabla de cocientes.
Ése era el argumento de defensa ante la impotencia de perder finales. Antes tenía raza, tenía entrega, coraje… era de sangre azul, pues.
Pero las cosas han cambiado drásticamente. El presente es desfavorable porque ya ni siquiera alcanza la medianía. Ya no participa en la lucha por los trofeos.
Ha perdido identidad y cada vez son menos los aficionados que creen en el equipo; cada 15 días las entradas al estadio disminuyen. Y es desfavorable porque la gente ya ni siquiera es capaz de manifestar coraje o rabia. Eso ha cambiado por tristeza y depresión.
Desfavorable porque no hay técnico que cuaje ni refuerzos que actúen como tales, y prueba de ello es que para encontrar al más reciente nos debemos remontar a la contratación de Cristian Giménez, un jugador plenamente identificado con los colores y con resultados positivos, al menos en lo individual.
Su situación empeora con el transcurso de las jornadas y esto ha sido un proceso cíclico. Y han empeorado porque antes sus derrotas inspiraban, provocaban guiones dignos de Hollywood. Hoy ya ni siquiera alcanzan ese rango, porque han dejado de ser perdedores ilustres. Hoy son habituales.
Es el equipo, no el término. Cruzazulear no es peyorativo; es tristemente el estado actual del equipo, es más, se acerca mucho a un estilo de vida. Por cierto, la manera de perder el sábado ante Chivas explica exactamente lo que significa cruzazulear. Ni más, ni menos.