Crónica de un día en la frontera de Tijuana
 
Cuando los niños preguntan ¿qué es una frontera? y les explicas que es la línea divisoria de territorios, señalando con el dedo a la valla metálica que atraviesa mar y tierra, la respuesta de los pequeños es simple: y ¿por qué no la quitamos, entre todos podríamos, no?, es ahí cuando la frustración se apodera de las mentes adultas, de hombres y mujeres migrantes que están a la espera de “borrar el mal rato y conseguir el american dream”
 
Así lo narra AnaKeila, mujer haitiana varada en Tijuana desde hace tres meses, y quien junto a una bebé en brazos tolera los fuertes rayos de sol afuera de la oficina de migración, con la esperanza de adelantar su cita programada, por el momento, para el 12 de diciembre. Fecha en que le dirán, por fin, si es o no candidata de asilo en Estados Unidos.
 
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AnaKeila salió de Haití, “no porque sea un mal lugar para vivir, sino porque no hay trabajo bien remunerado, y cuando se tiene niños que alimentar, uno siempre quiere ganar más”.
 
Sin embargo, no es la tristeza la que invade su rostro, pues al igual que la mayoría de los haitianos en esa frontera, tiene dinero suficiente para pagar hospedaje, que turnan con algunas noches de estadías en albergues para economizar, pero a diferencia de otros migrantes en espera, “los haitianos no pasan un solo día de hambre”.
A lado de Keila, como le dicen de cariño, están otras diez mujeres haitianas con niños pequeños que cuidar. Todas buscan lo mismo: una cita, una oportunidad para explicar a los representantes de Estados Unidos, el por qué si son candidatas de refugio en ese país, algunas exageran su situación a la hora de pasar, “pero no hay de otra, México no es la meta ni una opción para vivir, la violencia de este país hace emigrar hasta a su propia gente”, se escucha entre los murmullos de la fila, mientras estiran la mano para enseñar sus documentos al encargado de “protección a migrantes”.
 
En tanto, Jounel Huppolite, haitiano de 33 años, ha gastado seis mil dólares en su recorrido por Centroamérica y México para llegar a Estados Unidos. “¿Cómo podría ser pobre alguien que tiene dólares para gastar?”, asegura mientras reniega de los titulares en los periódicos mexicanos, que según Huppolite, los hacen ver cómo víctimas que quieren comer y dormir gratis en México. “Las cosas no son así, queremos cruzar, no quedarnos en las fronteras mexicanas, mi sueño es juntar más dinero para comprar mi casa en República Dominicana, no padecemos pero nos gusta vivir bien, por eso buscamos asilo y otras opciones”.
 
 

 
En esa misma valla fronteriza, oxidada por la humedad del mar, todos los domingos, mexicanos deportados se acercan a “la línea” para poder conversar con sus familiares, y a través de unos diminutos orificios tocar, aunque sea con el meñique, a sus seres queridos.
 
Don Julián fue deportado hace 25 años, pero sus dos hijos, al nacer en suelo americano, lograron permanecer en Estados Unidos. Ahora hablan con su padre a través de las rejillas. “Tenemos la esperanza de que algún día podamos estar juntos sin temor a perder el trabajo o las oportunidades de seguir con la vida que tanto nos ha costado tener”, comentan mientras se despiden con lágrimas en los ojos.
 
Pero no siempre México y Estados Unidos tuvieron una relación de amigos lejanos con imposibilidad de ver el tránsito de personas como una oportunidad positiva. Hubo una época cuando la mano de obra barata era tan necesaria en Estados Unidos, que fueron ellos quienes invitaron a los mexicanos a dejar su patria para formar filas de jornaleros y otros trabajos mal pagados, pero en dólares, a través de convocatorias como el Programa Bracero, con el que los originarios de la tierra azteca no lo pensaron dos veces.
 
En México tenían trabajos mal pagados pero en pesos y eso marcaba la diferencia de manera importante, los braceros fueron mal vistos al terminar la Segunda Guerra Mundial, después de una oleada de migración excesiva, y ya mejorada la situación en Estados Unidos, la cordialidad se extinguió y las deportaciones y la cacería de quien pretendiera pasar “ilegal”, se volvieron el eje central de las políticas migratorias.
 
Sin embargo, los representantes del escudo con un águila devorando a la serpiente, no son los únicos en espera de cruzar la frontera, después de varios años de violencia en Centroamérica y crisis humanitaria en naciones como Haití, hoy cientos de hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, entre otras nacionalidades, han quedado estancados en México, algunos incluso han perdido la vida en el intento por llegar a la meta de la ruta “de la muerte” como la describe Don Julián, quien pasó meses en el desierto y una vez en Estados Unidos, el gusto le duró apenas 4 años. Luego de una redada fue deportado, “sin familia, sin dinero, sin nada. Uno llega a pensar que es mejor morir”, comenta mientras se aferra a la valla con la idea de estar unos segundos más con sus seres queridos.
 
Tres mil kilómetros de metal, tan sólo en el tramo de Tijuana y Mexicali, son también horas de agonía para los migrantes y sus familias. El sueño americano es la aparente solución para mucha gente. “La desesperación ha comenzado por la incertidumbre de los resultados en las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre”. Anakeila, Julián, Jounel, y cientos de personas más, suplican por la oportunidad de cruzar a Estados Unidos y no quedarse detrás de un muro, que no es cosa nueva, pero que temen se agudice luego de los comicios.
 
“La línea es más temible de lo que pensamos, es el símbolo de estar o no, de tener una oportunidad de vida o seguir como fantasmas entre fronteras, ojalá algún día desaparezca”, enfatiza Keila, mientras continúa con la espera de cruzar hacia Estados Unidos.