… Y llegó el día, esa cara o cruz que muchos no querían que llegara o que querían que llegara lo antes posible porque, tanto las buenas como las malas noticias desean conocerse cuanto antes.
Después de una campaña ríspida, ornamentada de epítetos mal sonantes, de oprobios sin sentido, de frases que buscaban herir de muerte, de ponzoñas fabricadas para ser letales; después de dejar miles de muertos políticos por el camino, desde los caucus hasta el día de hoy, ha llegado el día de la verdad.
El planeta entero está con el alma en un hilo, con el Jesús en la boca, con la respiración contenida, porque hoy la ciudadanía mundial depende del voto voluble del estadunidense.
Si esta madrugada la vencedora de las elecciones en Estados Unidos es Hillary Clinton, habrá ganado el continuismo y el sentido común. Sin embargo, ya nada será igual.
Clinton habría entendido el mensaje del nuevo modelo social. Tendrá que tender a conformar una sociedad más igualitaria y conseguir que 80% de los estadunidenses recuperen sus salarios congelados desde hace ocho años. Deberá meterle mano, de una vez por todas, a la sanidad del país más poderoso del mundo, y convertirla en pública.
Deberá asegurar, tanto a Estados Unidos como a la comunidad internacional, una seguridad mundial; y deberá hacerlo de una manera real. No sólo ante el terrorismo del DAESH, sino también al ciberterrorismo o el narcotráfico global, y un rosario de peligros que nos acorralan.
Tendrá que darle su lugar, de una vez por todas, a la inmigración empezando por los propios hispanos que viven en Estados Unidos, entendiendo que los flujos migratorios son siempre enriquecedores.
Y lo más importante: necesitará crear una sociedad igualitaria para entender que todo ciudadano puede tener las mismas necesidades y oportunidades. Es la única manera de dar un mensaje a la ciudadanía mundial de que algo está cambiando para bien.
Si por el contrario, esta noche, el vencedor es Donald Trump, habrá abierto la caja de los truenos del populismo, no solamente en Estados Unidos, sino en todo el planeta.
El principal exponente del establishment ha jugado toda su campaña a ser el baluarte de los antisistema. Y le ha sido muy fácil. Se ha tratado sólo de dar respuestas a la infinidad de incontables preguntas del desencanto del ciudadano estadunidense.
A la falta de seguridad, de oportunidades; a la etiología del desequilibrio entre ricos y pobres, Donald Trump ha tenido durante la campaña, respuestas para todos los colores y sabores. Eso sí, respuestas demagógicas y populistas, pero, en todo caso, efectivas.
Desde Europa muchos ven las elecciones con el aliento contenido. Sin embargo, otros lo hacen cruzando los dedos para que Trump sea el nuevo Presidente.
En Francia, la extrema derecha de Marie Le Pen le pide a todas las deidades que gane Trump. Lo mismo ocurre en Austria, donde se celebran elecciones a principios de diciembre y puede ganar el radicalismo de la derecha rancia. Algo parecido ocurre en Holanda y Alemania.
La Hungría populista de Victor Orban se relame de gusto al pensar que su próximo aliado puede ser Trump. Grecia es el mismo modelo, pero escorado hacia la izquierda. Algo parecido ocurre en España.
Y si todo esto pasa, si Donald Trump llegara a la Casa Blanca, asistiríamos a un nuevo orden mundial, domeñado por populismos peligrosos que conducirían a un callejón sin salida.
Ahora bien, no van a ir los tiros muy lejos si vence Hillary Clinton. Y no van a ir lejos porque, si continúa apoyando al sistema, el cansancio de la ciudadanía mundial será mayor que su estoicismo.
En ambos casos, si no hay un giro copernicano, habrá un colapso. Desembocaremos en una anarquía institucional y social generalizada que nos hará retroceder siglos enteros.
No quiero ser ningún nigromante. Sin embargo, gane quien gane las elecciones, el cuento no acaba bien a menos que llegue cuanto antes el príncipe azul para besar a la princesa. Lo que pasa es que dicen que no va a venir, que porque un periodista le ha dicho que la princesa es más fea de lo que se imaginaba, como la sociedad y la política mundial.