La vida de los indígenas rarámuri, sus historias y problemáticas, es contada a través de una mirada propia en la muestra “Nuestra vida rarámuri en nuestros bosques” que abre el próximo viernes en el Museo Nacional de las Culturas, en esta capital.
Se trata de fotografías tomadas por la propia comunidad, participante en el proyecto Fotovoz, que se desarrolló en coordinación del Centro Chihuahua del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y con el apoyo de la Universidad de East Anglia, del Reino Unido.
El objetivo de la muestra es hacer visible, desde una mirada propia, la vida de esta comunidad, lo que motivó a equipos de profesores y alumnos rarámuri para captar imágenes que dieran cuenta de lo que para ellos significa habitar el bosque.
Los indígenas buscaron atrapar momentos sobre sus actividades, el paisaje y elementos como la flora y la fauna, además de ilustrar las problemáticas en las agrestes sierras chihuahuenses.
De acuerdo con información del recinto museístico, a este método de investigación se le conoce como Fotovoz, y su característica principal es la participación de los habitantes de la región que se pretende estudiar, denominados “expertos residentes”.
Ello permite generar un discurso capaz de hacer reflexionar de forma crítica, no sólo a quien observa el trabajo finalizado, sino a los mismos creadores de las fotografías.
En este caso, abundó, el trabajo contó con la coordinación del antropólogo Horacio Almanza Alcalde, quien realizó el seguimiento de Fotovoz, en el que participaron siete profesores rarámuri y sus alumnos de primaria, y seleccionó junto con los participantes 75 fotografías tomadas entre el periodo 2015-2016, así como sus textos descriptivos (pies de foto).
Los rarámuri, ubicados en la Sierra Madre Occidental, son conocidos por su arraigo tradicional corredor, por lo cual se les nombra “los de los pies ligeros”. Habitan las áreas más altas de la sierra chihuahuense, concentrándose en los municipios Bocoyna, Urique, Guachochi, Batopilas, Carichí, Balleza, Guadalupe, Calvo y Nonoava.
El nombre que los evangelizadores jesuitas les otorgaron fue tarahumaras, dichos colonizadores tuvieron serios problemas para convertir a las comunidades indígenas, por lo tanto, la mayoría de los rarámuri huyó a la sierra alta con el propósito de mantener intactas sus costumbres y tradiciones.