Estoy en Hermosillo. Me siento en un auditorio de respetables dimensiones, una muestra de entereza luego de la gastronomía sonorense que nos recetamos en la comida y con una temperatura que te hace repetir como un mantra: “cerveza, cerveza”, y vuelvo a sorprenderme por la convocatoria de Benito Taibo, que ha logrado en pocos años convertir la lectura no sólo en un acto de prestigio, sino, cosa incluso más difícil, en un acto de multitudes.

 

El auditorio está a rebosar: son decenas y decenas los que van a escuchar a un escritor que vende como pan caliente, pero que sobre todo causa un entusiasmo en verdad llamativo con esa forma tan suya de invitarnos al libro. Al final, me alcanza dos horas después de la plática, por la cantidad de libros que firmó. “Maldito, te toca invitar una comida”, pienso, pero no digo.

 

¿Cómo ha logrado ese milagro? Creo que, ante todo, por una comprensión cabal de las posibilidades que ofrecen las ferias de libros, muy abundantes en México. En efecto, y aunque las cifras han mejorado, en estas tierras se lee poco, según sabemos casi todos los que nos dedicamos a publicar.

 

Somos todavía una sociedad que vive de espaldas a los libros, y vean si no el número de librerías del país: es tristísimo. Las ferias, sin embargo, suelen estar llenas de vitalidad, lo mismo –hablo de casos que conozco– en Mérida, que en Monterrey, que en el Zócalo chilango, que en Minería, que desde luego en Guadalajara, que además es un motor económico de primera importancia para las editoriales mexicanas.

 

¿Por qué la vitalidad? Creo que, en esencia, porque vuelven la ceremonia libresca un acto íntimo. Las ferias son lugares donde el autor no es sólo un nombre en una portada: es una presencia viva que puedes saludar, que te firma un ejemplar y que redondea la experiencia de leer con una conversación directa y abierta. El libro se desacraliza. Se vuelve próximo y entrañable, que es como tienen que ser los libros si no queremos que amarilleen, solos, en los anaqueles.

 

Eso es lo que entiende Benito, creo, y lo comunica con naturalidad, con gracia, con cariño. Con honestidad. Y los lectores lo han recompensado por ello. El fin de año se agolpan las ferias. Hace unos días volví a encontrarlo en Oaxaca, que tiene también una feria que es una delicia, y repitió el éxito. Aparte de eso, invitó la cena.

 

Lo espera la última y más grande de las ferias, la de Guadalajara, donde se va a encontrar con tres mil jóvenes, nada menos. Los invito a darse una vuelta. Él lo merece, y ustedes lo agradecerán.