La deshumanización es el cáncer de la sociedad. Pero ahora es más grave porque es colectiva, rápida y desalmada al mismo tiempo.
Es colectiva porque ya todos nos enteramos de todo. El anonimato es un trofeo que ya nadie posee. Las redes sociales se han encargado de eso.
Es rápida porque cualquier acontecimiento se sabe a tiempo real. Es tan instantáneo que, a este paso, llegará un momento en el que conozcamos la noticia antes de que se conozca.
Es desalmada porque hay una ausencia de alma, de sensibilidad, de amor. Uno se entera de las noticias más atroces, y segundos más tarde ya está pensando en otra cosa. Todo ello gracias al bombardeo al que estamos sometidos en la Red y a la propia esencia del hombre del siglo XXI que vive en torno a su egocentrismo y a la falta de empatía con sus semejantes.
Esto lo escribo, querido lector, porque recientemente se conoció una noticia en España que nos dejó helados, aunque la mayoría no le dio la mayor importancia por ese egoísmo que envuelve a la burbuja del ser humano.
En Cataluña, una anciana había muerto carbonizada cuando unas velas cayeron sobre su cama. En pocos minutos la habitación se convirtió en una tea que acabó con todo lo que estaba a su paso, empezando por la pobre anciana.
Que por qué tenía velas. Porque no poseía recursos para pagar la luz y la empresa eléctrica se la había cortado meses antes. Le llaman de manera eufónica “pobreza energética”. Hay que ponerle algún sustantivo y adjetivo que no suene mal en lugar de escribir homicidio. Porque ahora resulta que nadie tiene la culpa. La empresa eléctrica hace responsable a la administración catalana y ésta, a su vez, a la eléctrica.
Como el caso de esta pobre mujer, 20% de los españoles están en esas mismas circunstancias; es decir, uno de cada cinco españoles no tiene luz, porque es un lujo para ellos y no la pueden pagar. Como no pueden hacerlo, se la cortan. Sin luz no hay agua caliente, ni calefacción, ni nevera para los alimentos ni tantas prestaciones. Estamos en pleno siglo XXI, pero es una involución al XIX.
Se me cayó aún más el alma a los pies cuando, entrevistando a una responsable del sindicato Unión General de Trabajadores, me reafirmó que este invierno podrían morir, por falta de luz, más de siete mil madrileños, la mayoría personas mayores.
Ana Sánchez conserva una belleza madura. Se aprecia en esta sindicalista que ha sido una luchadora durante toda su vida.
– ¿Tú crees que hay derecho? Más de 7000 personas pueden morir por falta de luz sólo en Madrid y aquí nadie hace nada. Pero eso sí, las eléctricas ganan más de 20 millones de euros al día. Eso es una amoralidad. No me extraña que ganen los populismos- sentencia Ana.
Seguimos poniendo parches a un sistema que se está muriendo. Miramos a otro lado mientras el cuerpo carbonizado de la anciana, que murió porque se cayeron dos tristes velas, sigue aún ardiendo en nuestras conciencias. Miramos a otro lado cuando tenemos a más de un millón de refugiados sirios tocando las puertas de Europa y no les dejamos entrar. Miramos a otro lado cuando la eufonía “pobreza energética” no es sino el reflejo de la pobreza en todos los sentidos, incluido el intelectual.
Sabemos cómo empezó el milenio, pero no cómo terminará. Lo malo es que no van a hacer falta mil años. En muy poco tiempo sabremos el desenlace.