Hace algunos años, cuando la moneda mexicana recibía presiones cambiarias, rápidamente aparecían los especuladores que buscaban espantar a todo el mundo para que salieran corriendo a comprar dólares y, de esa manera, consiguieran que efectivamente se devaluara el peso.

 

Lo hacían a través del uso de los medios de comunicación, con análisis de expertos acreditados y con rumores. De esa forma lograban que se concretara la profecía autocumplida.

 

Hoy ya es muy difícil poder influir de esa manera en el mercado cambiario, simplemente porque el peso mexicano rebasó las fronteras y se convirtió en una divisa global en la que el volumen de operación hace que esos especuladores queden del tamaño de una pulga frente a los volúmenes movidos en el mundo de la divisa nacional.

 

No es del todo bueno tener una moneda de fortaleza y representación mundial cuando la economía mexicana posee debilidades estructurales del tercer mundo que parecían superadas. Pero al menos los especuladores locales ya no pueden influir.

 

Sin embargo, quedan otros grupos de especuladores que sí pueden alcanzar sus objetivos y están en plena operación en estos momentos. Dichos especuladores no transan con oro o dólares, sino con productos de consumo.

 

Se ha generalizado la percepción de que el Banco de México ha emprendido una lucha en contra de la inflación, con su política de aumento de las tasas de interés.

 

Si bien es cierto que hay presiones evidentes en los precios derivadas de la depreciación cambiaria, también es un hecho que la medición inflacionaria muestra subíndices muy estables.

 

Sin embargo, ése es un río revuelto muy atractivo para los que quieren sacar provecho.

 

No existe ninguna inocencia en aquellas ocho columnas que rezan que se van a encarecer las casas, al menos, en 16% en la Ciudad de México.

 

Esa “noticia” que cita a la Cámara Nacional de la Industria de Desarrollo y Promoción de Vivienda no es más que un burdo intento de colusión de precios, algo que al menos en la ley está severamente penado.

 

Quien lo afirma y quien lo publica merecería al menos el cuestionamiento de la autoridad en materia de competencia porque suena a un intento de alinear a un mercado, que está tan pulverizado como el de la vivienda en la capital del país, en torno a un porcentaje de aumento uniformado.

 

Los constructores de vivienda que no puedan sostener sus precios porque ciertamente les han subido el costo de las varillas o la renta de las grúas, deberían incrementar sus precios y esperar que el mercado les respalde o rechace su intento.

 

Muchos sectores han tenido que apechugar los aumentos en los insumos para no perder mercado. Existen mercados en la economía mexicana donde hay dos o tres competidores y eso les permite controlar mejor el mercado. Pero en mercados tan abiertos como el inmobiliario y la construcción es aberrante ver estos intentos.

 

No se vale querer provocar un aumento coordinado en los precios, de manera casual o asociada con medios de comunicación, para mantener sus ganancias intactas.