Analogía perfecta de las diversas capas que tiene cada aspecto de la vida, un simple partido de futbol permite su lectura desde las más variadas perspectivas y hasta las más variadas profundidades.
Máxime si se trata no sólo de un Clásico, sino del cotejo de Liga más seguido del planeta, cuya audiencia puede alcanzar la de un momento cumbre en plenos Olímpicos cada cuatro años: hasta 800 millones de personas en un horario idóneo para atrapar al Lejano Oriente al final de su sábado, a Europa en plena tarde cervecera o a América en su desayuno.
En tiempos en los que hasta la antiglobalización se globaliza (decía recientemente Timothy Garton Ash), nadie ha de quedar perplejo ante una rivalidad tan local que se hizo mundial. Así, no tendremos que sorprendernos si dos jóvenes en continentes remotos se remiten a elementos históricos del siglo XX español o al independentismo catalán, como circunstancias aledañas al Barcelona-Madrid; supongo que serán la minoría y que buena parte de quienes discutan este partido preferirán hacerlo aludiendo a si Lionel Messi o Cristiano Ronaldo (otro prisma: el Balón de Oro); a si la lesión de la que sale Andrés Iniesta o a la que entra Gareth Bale (¿qué once va debilitado?); a si el estilo barroco blaugrana o el mucho más directo merengue (aunque ambos sean capaces de bordar el género que se apunta ajeno); a si los tiempos más o menos recientes en que Guardiola se contrapuso a Mourinho (hoy mucho derbi de Manchester, pero desde Inglaterra ambos admitirán, drenados por tan atribulado pasado, que ya nada es igual); a si los dos uniformes (para algunos el amor entra por los ojos y con los colores de la casaca); a si el árbitro se inclinó hacia un lado o hacia el otro…, y entonces muchos volverán con sus nociones histórico-socio-culturales, con esas paranoias instaladas en la tradición de cada club, con el presidente barcelonista fusilado en la Guerra Civil, con el Franquismo que tomó de embajador al Madrid, con el idioma catalán prohibido que sólo se hablaba en el Camp Nou, y podrán resolver que sí: que los favores con silbato y bandera, que las persecuciones tributarias en España, que hasta las contrataciones de cracks, que los goles, tienen como fondo toda una conspiración.
La realidad es que casi siempre ganará quien más lo haya merecido, quien ese día mejor se haya despertado, quien más inteligente e intensamente haya jugado, quien mejor aproveche lo que haya generado. A partir de eso, podremos tener en pleno mes de diciembre toda una tendencia en la Liga española: si el Madrid se llevara la victoria del Camp Nou, nueve puntos de distancia en la tabla general, cuesta difícilmente remontable; si el Barça hiciera pesar su terruño, un torneo abierto para los dos lados; si un empate, la sensación de que los blancos sobrevivieron en su escapatoria hacia la corona.
Otro tema es si tan mediático juego estará a la altura de las expectativas. Y los antecedentes recientes dicen que sí, que son dos horas para gozar; si no en lo lírico al menos en lo épico, que tampoco es poco.
Sábado de Clásico, y cada quien tiene derecho a verlo desde el ángulo que quiera, aunque incluso quienes prefieran hacerlo desde el sentido más netamente futbolístico repetirán frases como “Mes que un club” y celebrarán pancartas de “Catalonia is not Spain”: y es que algo tan local, como la integración y disidencia ante el Reino español, se hace global cuando el balón rueda.
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