Estoy en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde entrevisto para la TV a un notable escritor colombiano, Héctor Abad Faciolince. Habrán sabido de él en los últimos tiempos, porque estuvo muy activo en varios medios ante la perspectiva del plebiscito por la paz en su país. Abad publicó hace unos años lo que llamé en otro contexto un clásico instantáneo: El olvido que seremos, una memoria del asesinato de su padre, médico de izquierda, moderado y generoso, a manos de los paramilitares, es decir, de la derecha dura.
Abad respaldó la iniciativa del entonces presidente Álvaro Uribe, el que ahora se opone a los acuerdos con la guerrilla promovidos por Juan Manuel Santos, de una amnistía para esos paramilitares. La paz, vino a decir, exige ese tipo de sacrificios, como recordó hace poco en un artículo donde promovía congruentemente el acuerdo con la guerrilla, o sea, votar por el sí y pasar por alto los crímenes atroces de los guerrilleros, crueles como sólo pueden serlo quienes tienen fe.
Todavía en la FIL, entro a la presentación de El deshabitado, la novela-testimonio de Javier Sicilia, el hombre que, conocidamente, fundó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad luego del asesinato de su hijo Juan Francisco. Como el de Abad, es un libro de una valentía extraordinaria, tan doloroso como dulce –equilibrio muy difícil de lograr– y además estructuralmente muy complejo. Vaticino que se leerá por mucho tiempo, igual que el de su par colombiano, como uno de los testimonios centrales de esta época atroz. La memoria viva hecha literatura verdadera, tangible, en ambos casos.
La tristeza en la mirada de Sicilia me parece abrumadora, incluso en la parte de atrás de ese salón grande, hasta la fila 30 en que logro sentarme, mientras observa a los ciudadanos que lo interpelan con cariño. La de Abad es mucho más amortiguada –la herida lleva más años de cicatrización–, pero ahí está cuando se refiere el triunfo del No en Colombia, y hace las analogías obligadas con Trump o el Brexit, y habla con sonrisa melancólica de un mundo que “se ha vuelto loco”. Y me doy cuenta de que no están lejos. Sicilia no habla abiertamente de perdón o amnistía, pero, como el católico que es, habla del amor. Abad no usa esos términos, pero su apuesta por la reconciliación me parece cercana.
Son dos autores casi paradójicos. Parecen sostener que la única manera no de olvidar el dolor, pero sí de no vivir en una relación de dependencia con él, es recordarlo. Más vale escucharlos. Porque sí, vienen tiempos malos.