Si me notan con prisa es que estoy como loca buscando el vestido que usaré en la boda de Ricky Martin. Tal vez para muchos lectores el casamiento del boricua sea un hecho sin importancia, pero para mí es una meta por cumplir. Es que en 2013 me quedé vestida y alborotada porque estaba lista para ir a la boda de Ricky con el financiero Carlos González en Nueva York y se canceló.

 

Comprenderán que desde que el cantante anunció su compromiso con el sirio Ywan Josef, en el programa de Ellen DeGeneres, tengo puestas ahí todas mis esperanzas de entretenimiento. Confieso que me encantan las bodas, y por eso quiero lanzar desde aquí una idea y/o petición oficial para que la de Ricky Martin sea televisada. Oigan, desde la de Eugenio Derbez y Alessandra Rosaldo no hemos tenido ninguna transmisión nupcial. Ahora que necesitamos elevar los niveles de audiencia, se me ocurre que podíamos dar un buen golpe con un programa titulado Love is love o algo así que le llegue al corazón a los televidentes.

 

Soy una ferviente defensora de las bodas por tele por varias razones. Primero, porque todos podemos acompañar a los novios en alma y espíritu, aunque no sea de cuerpo presente. Y luego porque así te puedes ahorrar el regalo, el vestido, la pena de bailar “Caaarmen, se me perdió la cadenita…” y los rollitos de salmón y la crema de pistache que caen muy pesados.

 

Ya dispuesta a ayudar, podría recomendarles para la ceremonia al sacerdote de mi parroquia que es súper alivianado. Es joven y guapetón y cada vez que da el sermón, los feligreses disfrutamos de casi un show de stand-up.

 

Por cierto ¿estará mal que saque del ropero el regalo que le iba a dar a Ricky y a Carlos en 2013, le cambie la envoltura y se lo dé ahora a Ricky y a Ywan? Es que era un obsequio precioso y personalizado.

 

Antes de que me contesten, piensen: ¿qué le regalas a Ricky? Admítanlo, no es fácil. Porque es un hombre que lo tiene todo, a nivel tangible e intangible. Entonces primero se me había ocurrido comprarle una dotación importante de inciensos para sus sesiones de meditación, con el porta inciensos en forma de cabeza de buda incluido. También pensé en darle algo para sus hijos gemelos, pero mejor no, porque el novio es él, no sus chamacos.

 

Al final me decidí por un bonito juego de toallas nuevas, porque siempre que los paparazzi lo agarran en la playa se ve que las suyas están muy deslavadas. Lo malo es que las mandé bordar para que dijeran “Él” y “Él” y sus iniciales debajo. Yo digo que no será difícil hacerle una colita a la “C” de Carlos y convertirla en “Y” garigoleada.

 

Todavía no ha llegado la invitación al secretísimo enlace, pero confío en que la recibiré de un momento a otro. Por lo pronto, ya estoy ensayando los movimientos de livin’ la vida loca porque seguro la tocan para abrir pista. Dios, qué nervios.

 

Lo siento por Paquita la del Barrio, que no será invitada a la boda del año. Desde que dijo que “los niños mejor muertos que con padres gays” ya no es muy querida por las minorías.