Queda claro que el presidente Peña Nieto no es de los que se apresuran a la hora de hacer nombramientos: recordemos sino el tiempo que estuvimos sin embajador en Estados Unidos, una posición en cuya importancia no hace falta abundar. Por eso, preocupa que tras la triste, tempranísima muerte de Rafael Tovar y de Teresa, que en efecto fue un dotado promotor cultural y un activo creador de instituciones, no haya sido nombrado un secretario de Cultura. Preocupa porque a la administración peñanietista a todas luces le faltó previsión, siempre una mala señal –la salud de Rafael ya había dado muestras de fragilidad: su probable reemplazo tendría que estar anotado en algún papelito, piensa uno–, y sobre todo porque, seamos francos, la cultura no está entre sus pasiones predominantes, por decir lo menos, con lo que el nombramiento igual y tampoco está en la lista de prioridades de un gobierno al que ciertamente se le juntan las preocupaciones.

 

columna patan tovar

 

Y la verdad es que no es un tema menor. Nunca lo es, y particularmente ahora, cuando se nos viene encima un año muy duro, con el sociópata de Trump empeñado en quedar bien con sus votantes a fuerza de patear a México, una carta que puede jugar con bastante facilidad. Se deja ver la crisis en el futuro, sin duda, y con la crisis la hostilidad del nuevo gobierno gringo, y eso en un contexto de no muy buenas noticias en términos de números para el planeta en general.

 

¿Qué pinta la cultura en ese contexto? Más de lo que se piensa. De entrada, en efecto, según han demostrado economistas como Ernesto Piedras, la cultura tiene una incidencia importante en la economía: dista de ser onerosa cuando se lleva bien. Pero hay más. La cultura ayuda, sí, a entender el contexto, a comprender o al menos intuir nuestro mundo con sus convulsiones, y no me refiero sólo a la comprensión intelectual: la pintura, la música o la danza también pueden ser esclarecedoras, y nos hará falta entender mucho. Además y sobre todo, la cultura ofrece modos de vivir los espacios comunes, de usar las calles y las plazas. De estar juntos, pues. Vale la pena asomarse a sociedades tan fracturadas en su día como la colombiana para entender lo que las políticas culturales inteligentes hacen por la convivencia, por eso que ampulosamente se llama la reparación del tejido social.

 

De vuelta al tema del secretario, encontrar pronto un remplazo, y que ese remplazo aporte honestidad, imaginación y amplitud de miras, es fundamental en un país en el que, venturosamente desde muchos puntos de vista, no tanto desde otros, la cultura sigue girando en gran medida en torno a los esfuerzos públicos.

 

Así que, vuelve la pregunta: ¿y el secretario de Cultura?