En su más reciente libro, “El hada democrática. Cómo la democracia fracasa” (Taurus, 2016), el ensayista filosófico y político Raffaele Simone (Lecce, 1944) amplía su tesis de 2008 sobre el “pensamiento político natural” de los individuos. A grandes rasgos, el autor italiano define éste cómo “el pensamiento con el que el niño empieza a crearse concepciones, juicios y representaciones a propósito de sus relaciones con los otros”.
Para contextualizar, Simone se pregunta: “¿No demostró por su parte Jean Piaget que el niño tiene un elaborado pensamiento ‘natural’ en lo que concierne a las dimensiones del conocimiento? ¿Por qué no habría de tener uno a propósito de sus relaciones con los demás y de la gestión del poder, o sea a propósito de la política?”. Líneas después aterriza aún más su idea: “El niño, en particular, siente con alarma la diversidad de imponencia física y confronta continuamente su estatura y su fuerza con las de los demás”.
Lo que infiere el también lingüista es que el hombre tiene una inclinación natural hacia el totalitarismo y la fuerza; ello, afirma, hace de la democracia un sistema permanentemente frágil: “Para transformar al niño de ‘pequeño totalitario’ a ‘pequeño demócrata’ es preciso el esfuerzo prolongado e intenso de frenar lo natural, es decir dominar la propensión a prevalecer o a dejar que alguien prevalezca sobre nosotros”. Entonces, pues, ¿por qué importa hoy, tal vez más que nunca, la tesis del “pensamiento político natural” de Simone? Porque no son pocos los científicos sociales, analistas y políticos que ven un peligroso –aunque, por su larga vigencia, entendible e incluso natural- desgaste de la democracia como ideal y norte de muchas naciones.
En un indicador con pinceladas alarmantes, el aún presidente Barack Obama citó en la que fue su última conferencia de prensa del año, una encuesta de la empresa YouGov y el semanario inglés The Economist: “En julio de 2014, sólo el 10 % de los republicanos tenía una opinión favorable de Vladimir Putin (…) Para septiembre de 2016, ese número aumentó a 24 %. Y hoy es aún más alto: el 37 % de los republicanos ven a Putin favorablemente” (POLITICO, 16/12/16).
El modelo ruso, cuya cabeza claramente ha ganado adeptos entre la población estadounidense, implica más fuerza que contrapesos; más secrecía que transparencia; más imposición que debate. El que en los Estados Unidos –“tierra de los libres y hogar de los valientes”- crezca la aceptación de este tipo de figuras, debería generar mayor alarma entre la comentocracia, pero en especial, entre los militantes republicanos que creen en un sistema que vigile y limite al poder. Asimismo, retomando la tesis de Simone, debería detonar un enfoque de “educación para la democracia” más agresivo entre la niñez del vecino del norte.
Uno podría argumentar que un modelo como el ruso está más cerca del “pensamiento político natural” del hombre, al ser más un enfoque de fuerza y arbitrariedad que de rendición de cuentas o de conciliación de la diversidad. Pero ello depende de las prioridades de cada quien y del eterno –y muchas veces engañoso- debate poderoso-y-efectivo o controlado-y-débil. Termino con la profunda sencillez de Karl Popper: “La democracia consiste en poner bajo control el poder político”. Le recomiendo releer, analizando cada una de sus palabras, ésta última frase.
@AlonsoTamez