Javier ha repartido su vida entre ayudar a brillar al Poder Legislativo y burlar a la Border Patrol para trabajar como lavaplatos en Nueva York. Es oriundo de Santiago Cacaloxtepec, Oaxaca. Aún habla bien su lengua materna: el mixteco.
Afuera del Senado tiene su puesto de aseador de calzado. Tiene dos años que lo deportaron de Estados Unidos pero por más de dos décadas fue testigo privilegiado de los jaloneos de la política y recuerda a senadores como Fernando Ortiz Arana, quien dice era de los más generosos para las propinas, y a Félix Salgado Macedonio, famoso por sus estridencias y pleitos en y fuera de la tribuna.
“Ya los senadores de ahora no son tan carismáticos como antes. Me tocó conocer a don Emilio M. González, al “jefe” Diego Fernández, a don Luis H. Álvarez, a José Angel Conchello, al propio Porfirio Muñoz Ledo en sus buenos tiempos”, comenta Javier a Notimex mientras hace de la grasa, el cepillo y el trapo el ritual para dejar como nuevo casi cualquier zapato.
Recuerda al senador por Tabasco del PRD Auldárico Hernández Gerónimo, quien dice usaba el bigote como Emiliano Zapata y “unos botines color miel viejísimos”.
Un día me pidió bolearlos y como ya estaban viejos por más que les ponía crema y brillo lo que quedaba de piel se descarapelaba. El senador se enojó y me reclamó. Yo sólo le dije para defenderme: es que no son de piel, sino de cartón de huevo sus botines”.
“Joven buenos días ¿tiene tiempo? ne dijo un tipo de tupido bigote y caballo medio chino. Era 1988. No sabía que a quien estaba boleando era a Luis Donaldo Colosio, quien años después sería candidato presidencial y asesinado en Lomas Taurinas” recuerda Ignacio, decano de los boleros del Senado.
Oriundo de Tepito, aprendiz de mesero y desde hace 36 años bolero del órgano legislativo, comenta que Colosio era un político muy callado, muy tranquilo. “Nada prepotente, saludaba a todos, era sencillo en su trato”.
Rememora que llegó al Senado el 6 de marzo de 1980, cuando estaba de líder Joaquín Gamboa Pascoe. “Soy el que tiene más tiempo aquí y en casi cuatro décadas he conocido a políticos como Antonio Rivapalacio, Dionisio Pérez Jácome y Félix Salgado Macedonio.
“Cuando Macedonio se accidentó en su moto en la autopista de Acapulco llegó a los pocos días y me dijo: mira, mira, sin dientes, pero todavía estoy vivo”.
Indica que “hace unos meses, no voy a decir nombres, nos tocó bolear a un senador del PAN. Las agujetas de sus zapatos ya estaban desechas de viejas. Le dije: señor le cambio sus agujetas. Preguntó cuánto cuestan y le dije que eran 10 pesos más los 18 de la boleada.
De mala pagó 30 pesos y pidió su cambio, dos pesos. Le di su cambio y me dijo: ¿y mi agujetas viejas?”, comenta el viejo bolero con una sonrisa.
Víctor Martínez es otro de los boleros del Senado también originario de Oaxaca, como la mayoría de sus compañeros de la Cámara de Diputados. A los 14 años su padre lo inició en ese oficio y desde hace 25 años se gana la vida lustrando el calzado del poder.
Tiene buenos recuerdos, incluso por las propinas, de Enrique Jackson, Fernando Ortiz Arana, Mario López Valdés y Carlos Lozano de la Torre, así como del cantante y ex senador Francisco Xavier Berganza.
“Casi todos te pagan exacto. Uno que otro valora tú trabajo y te deja que 10 o 20 pesos extras”.
Sin embargo también hay políticos que se han ido del Senado sin pagar las boleadas. “El entonces senador José Murat nos quedó a deber a varios las boleadas.
“Sólo decía: ahorita te pago, nada más voy al banco. Total que a mí me quedó a deber unas 10 boleadas y otros compañeros otro tanto. Meses después se fue de gobernador a Oaxaca y ya nunca nos pagó”, señala Víctor.
Otros de “mecha corta” son Jorge Luis Preciado, senador del PAN, quien exige que se le lustren los zapatos del color exacto de la piel. “Se enoja cuando no tenemos el color de sus botas o zapatos y le decimos que sólo le ponemos brillo, pero se enoja, se encabrona rápido”.
El experimentado aseador de calzado reconoce que su trabajo es una especie de confesionario: “aquí escuchas de todo, desde negocios, asuntos de mujeres, negociaciones y reformas, incluso de dinero.
“Pero nosotros somos testigos mudos, no tenemos memoria de todo lo que escuchamos, tenemos que ser discretos, no podemos andar de chismosos. Somos como sacerdotes”.
dca