Auge de populismos e intolerancia, conflictos bélicos y atentados en diversos rincones del planeta, fobia dirigida hacia todo el que parece distinto, cierre de fronteras y aislamiento, incertidumbre económica y social…, noticias todas que sirven para resumir este 2016 que se va; noticias todas que hacen más preocupante el dato más pavoroso de este momento para la humanidad: que nunca antes hubo tantos refugiados y desplazados en el planeta, cifra ya escalofriante al cierre del año pasado y que tiende a ser todavía peor 12 meses después.

 

Tema, el de los refugiados, que no por estar tan en boga resulta nuevo. Por ejemplo: a principios de los años 20, Grecia y Turquía efectuaron un intercambio masivo de población, tras haber concluido una guerra: 500 mil musulmanes cruzaron el mar Egeo con dirección a Estambul y 1.5 millones de cristianos ortodoxos hicieron el recorrido inverso hacia Atenas. Retomo esta frase de la aclamada película Politiki Kouzina: “Así como los turcos nos echaron por griegos, los griegos nos recibieron como turcos”, para ilustrar un proceso de integración que cien años después sigue sin ser pleno (por cierto, equipos como AEK de Atenas o PAOK de Salónica continúan representando a los descendientes de esos helenos que habitaban en territorio otomano).

 

Entre esa desarraigada multitud que desembarcó en el puerto del Pireo estaban los abuelos de un portero de cabello cenizo que encabezaría a la Selección griega campeona de Europa en 2004. Antonis Nikopolidis fue todo un seguro para esa defensa imbatida desde cuartos de final hasta el cierre del torneo con el título.

 

El mismo Nikopolidis que, hoy nos enteramos, está dirigiendo a un equipo de refugiados en Grecia, el Hope Refugees FC. Alguno de sus pupilos tuvo experiencia semiprofesional antes de escapar de Siria, Afganistán, Irak; otros simplemente aman al juego y lo usan para hallar cierto sentido en una coyuntura tan complicada en sus vidas; con Nikopolidis al mando han encontrado precisamente lo que clama el nombre del club, esperanza, como alguna vez sucediera para sus propios abuelos al tener que dejar su hogar en Turquía.

 

¿Qué sigue para la mayoría de esos 24 jugadores? Algo parecido que para los más de 65 millones de desplazados y refugiados que existen hoy: esperar que en 2017 el mundo deje de hacer como que no ve y asuma tan urgente responsabilidad en términos de reasentamiento, dignidad, inclusión, respeto. Mientras eso no suceda, se mantendrán en campamentos rebasados y bajo condiciones muy desafortunadas, algunos en instalaciones construidas para los Olímpicos de Atenas 2004.

 

Entre todas las noticias sobre este tema que tuvimos en 2016 debemos aferrarnos a la más maravillosa: ese equipo de refugiados en Río 2016. Pero no sólo para aplaudirles en un estadio, sino como toda una declaración de principios. Como me explicaba su abanderada, Yusra Mardini: “Si nosotros les gustamos, entonces también tienen que gustarles los demás refugiados, porque antes de ser olímpica he sido refugiada, soy refugiada. La gente debe entender que en cualquier momento podría toparse con una guerra y tener que dejar su casa; que como tratan a la gente, los podrían llegar a tratar”.

 

Y después el colmo: que los mismos extremistas de los que huye la mayoría de los refugiados atacan Europa; que eso se utiliza como argumento para rechazar y estigmatizar a las víctimas originales del más violento fanatismo.
Twitter/albertolati

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