Las cargas grises de los artificios pirotécnicos parecen todas iguales, pero no para el ojo experto de Fernando Décaro, quien sabe con qué color explotará en el cielo cada una de ellas para ofrecer el espectáculo que su familia ha estado perfeccionando durante generaciones.
Desde hace más de un siglo, los Décaro han pasado de padres a hijos la tradición pirotécnica. Ellos son una de las muchas familias que, desde el central Estado de México, producen los fuegos artificiales, cohetes y juguetes que surten a la mayoría del país.
El taller de los Décaro, en el que trabajan cinco personas, está situado en el pueblo de San Pedro de la Laguna, dentro del municipio de Zumpango. Alejado del centro de la población, está compuesto por varias casetas sencillas, separadas entre sí por seguridad.
En una de las casetas, Filemón trabaja de manera solitaria, con una habilidad mecánica que le permite hacer, cada día, más de 400 “cohetes subidores”: dentro de los cilindros dispone un barro especial para que el cohete tenga fuerza para subir y se le añade la mezcla de carbón y nitrato de potasio.
“No debe entrar otra persona que venga con las manos puercas (sucias), para que no contaminen”, dice Fernando en esta parte del taller, que dirige a sus 74 años.
Otra caseta acoge el trabajo de Lucio, hijo de Fernando, y Tomás, quienes se dedican a rellenar las bombas, esferas de plástico de diferentes tamaños que explotan en el cielo formando círculos de colores.
Dentro de las esferas se concentran las bolitas que esconden los diferentes tonos, dejando sitio en el centro para la “reventada”, compuesta por algodón y pólvora.
El suyo, reconoce Fernando, es un oficio “peligroso, pero hay que saberlo trabajar”. “Nunca nos ha pasado nada”, asegura.
Con una excepción, que ilustra enseñando dos marcas en su mano derecha y en la parte de atrás de su cabeza: son el resultado de un accidente que su padre, quien entonces tenía el taller en la propia casa, sufrió cuando él tenía cuatro años.
Desde el terreno del taller se vislumbra Tultepec, donde este martes una serie de explosiones en un mercado pirotécnico dejó al menos 35 muertos.
Pese a que con el incidente han surgido voces pidiendo el cese de estas actividades, Fernando no encuentra la razón para que esto suceda, porque “dejaría a mucha gente desempleada” y “la pólvora es mundialmente reconocida”.
En el caso de Tultepec, señala que era más inseguro de lo que las autoridades del estado quisieron hacer creer, y que “realmente estaba muy amontonado”, con exceso de mercancía acumulada.
El suyo ha sido siempre un negocio familiar, desde su bisabuelo, y pretende seguir siéndolo. Su nieto adolescente, Eric, ya conoce todos los secretos de los artefactos pirotécnicos, y aunque no quiere dedicarse de lleno a la profesión familiar, su intención es “mantenerlo un poquito”.
Otro de los hijos de Fernando, Alan, es enfermero, pero también trabaja en la pirotecnia de juguetería, centrándose en el terminado del producto, es decir, la decoración y la venta en uno de los mercados del municipio.
En la fachada de una de las casetas se lee el número del permiso federal del taller, otorgado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Sin embargo, muchos de los polvorines del lugar -en los que según las autoridades se produce un mayor número de accidentes- carecen de este permiso.
Paradójicamente, Fernando asevera que desde la Sedena “han soltado muchos permisos a gente que no tiene experiencia” y por eso también han proliferado los incidentes.
Para saber por qué el Estado de México es la cuna de la pirotecnia nacional hay que remontarse siglos atrás, a la llegada de los españoles, quienes trajeron la pólvora.
Ellos enseñaron a manejarla a los pobladores de lo que eran entonces las riberas del antiguo lago de Texcoco, donde nacieron lo que hoy son los municipios de Zumpango, Tultepec y Texcoco.
Allí inició una tradición que fue evolucionando a base de “alquimia”, ya que “nadie era químico, fue la experiencia” lo que enseñó a la gente de estos lugares a encontrar las mejores combinaciones de minerales y productos químicos, relata Alan.
El trabajo es artesanal, explica, y solo se emplea maquinaria para moler la pólvora y para hacer las bolitas que llevan las esferas, en las que se van añadiendo capas a manera de una bola de nieve. El carbón empleado para la producción es vegetal, y viene en una planta llamada jarilla.
La época desde septiembre -cuando se celebra la Independencia mexicana- hasta Navidad es la más potente, pero para la familia “todo el año hay trabajo”, señala Fernando.
Actualmente, se están preparando para ofrecer varios espectáculos pirotécnicos en el balneario de Cancún en fin de año, con una carga a la que la Sedena tendrá que dar el visto bueno antes de iniciar el viaje y que incluye, entre otros artefactos, 620 bombas de diferentes tamaños.
Los planes de Fernando, por el momento, no incluyen el retiro: “Yo ya estoy grande, seguiré con mi pólvora“, asegura.