Con apenas una treintena de casas y unos 200 habitantes, el diminuto pueblo de La Joya, en el estado mexicano de San Luis Potosí, vive estos días en una contradicción; es rural, pobre y rezagado, pero aparece en centenares de medios de comunicación gracias a Rubí Ibarra y su fiesta de quince años.

 

Una familia sonríe y se toma una selfi frente al rótulo de entrada a esta comunidad, que forma parte del municipio de Villa de Guadalupe, ubicado a unas dos horas y media de San Luis Potosí capital y en pleno semidesierto, con una historia que se remonta al siglo XVI.

 

El municipio tiene unos 10.000 habitantes y lo integran 76 localidades, siendo la población más mayor la de Villa de Guadalupe cabecera municipal, aunque Zaragoza de Solís, Santa Teresa y Santa Isabel cuentan con más de 500 habitantes, según datos del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (Inafed).

 

“Aquí no hay mucho dinero, es un lugar donde hay muy poco empleo y la mayoría de la gente busca tener sus animalitos y una parcela para sembrar. Y así vamos haciendo”, comenta a Efe José Luis Berástegui, oriundo de Villa de Guadalupe y asistente a la fiesta de quince de Rubí Ibarra.

 

Este agricultor explica que allí mucha gente se dedica “a la ganadería o al agave”, planta de la que se obtiene el tequila.

 

Berástegui se mostró “muy contento” por el fenómeno ocasionado por la quinceañera Rubí, que arrasó en las redes sociales por un vídeo en el que su padre invitaba “cordialmente” a todos quienes quisieras a asistir a la fiesta.

 

Descuido

 

En un principio, el mensaje iba dirigido a la gente de su comunidad, pero por un descuido terminó en Youtube, donde cosechó millones de visitas, y en Facebook, donde se creó una convocatoria donde se hablaba de 1,3 millones de asistentes.

 

Aunque la realidad fuera otra este lunes, pues la cifra de asistentes quedó muy lejos de los seis dígitos, para Berástegui, este suceso puede ser la oportunidad perfecta para poner a esta región en el mapa.

 

Este 26 de diciembre, el día en que oficialmente Rubí transitó de niña a mujer, el cartel de entrada al pueblo estaba adornado con un anuncio de tequilas La Joya, un licor proveniente de un rancho de Jalisco, otro estado mexicano, pero la ocasión era excepcional para promocionarse.

 

En los laterales de la carretera principal había un centenar de vehículos aparcados y las calles sin asfaltar de esa villa de unos 250 habitantes eran un hervidero de gente.

 

En la explanada donde se realizó la misa y la comida ante más de mil personas, con una asustadiza Rubí y decenas de reflectores, se publicitaba de todo; desde la compañía que organizó el evento a la que preparó el pastel o le regaló un juego de productos para el hogar.

 

En las localidades cercanas a La Joya como Charcas o Matehuala, la actividad hotelera -hay poca oferta- estuvo más boyante que nunca.

 

A tenor de los datos, falta hacen a la localidad eventos de esta magnitud, pues el municipio de Villa de Guadalupe es eminentemente pobre.

 

De acuerdo a la asociación Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, entre 2000 y 2015 cayó en 400 lugares en el Ránking de Rezago Social, pasando del lugar 1.055 al 641, siendo el 1 el más atrasado. El municipio fue calificado como un lugar de “rezago social alto”.

 

En 15 años, denunció la entidad, perdió población hasta tener ahora menos de 10.000 habitantes.

 

El 81 % es pobre por su nivel de ingresos, el 54 % tiene dificultades para acceder a la seguridad social y el 61 % de los mayores de 15 años no tiene una educación básica completa.

 

Esta otra cara, la cruda y real, de Villa de Guadalupe, apenas salió estos días en los medios de comunicación, iluminados por la historia de la menuda Rubí, que en apenas un mes se ha convertido en un icono para muchos, aunque cabalgue entre el mito y la parodia.

 

Tal y como constató Efe en La Joya, la casa de los Ibarra, dedicados especialmente a la ganadería, es de las más arregladas de esta zona donde abundan las rancherías.

 

Sin ser un palacio, tiene dos plantas, una fachada arreglada, un jardín cuidadosamente cercado por varias paredes y una puerta metálica. En la entrada descansan varios automóviles grandes.

 

Buena parte de la comunidad -sin hospital y donde la mayoría de familias recibe el programa de ayuda social llamado Prospera- trabaja para los Ibarra, que aún así viven de forma humilde a pesar de haber copado minutos de televisión, prensa y radio.

 

La familia de Rubí también tiene hijos en Estados Unidos, migrantes que hacen de las remesas en la región uno de sus motores económicos.

 

Crescencio Ibarra, padre de Rubí, emigró durante un tiempo y ahí nacieron dos de sus hijos, quienes hoy viven y trabajan por temporadas en el país vecino y, aseguran, estuvieron ahorrando varios años para aportar en la fiesta de su hermana menor.