La globalización es tan buena como perjudicial y afecta de lleno a los medios de comunicación a los que durante muchos años se les calificó como el “cuarto poder”.
Pero ni los periodistas, ni los políticos ni el resto de las profesiones pudieron nunca imaginarse que irrumpiría, y lo haría de una forma extraordinaria, en las redes sociales.
En la actualidad son éstas, enmarcadas en lo que McLuhan denominó la aldea global, las que ejercen el poder “de facto”.
Ya no tienen el poder ni los periodistas, que vehiculan la información entre lo que acontece y el receptor, ni los políticos con sus decisiones. No, ahora el poder lo tiene cada uno de los ciudadanos, en tiempo real y con toda la fuerza.
No hay más que recordar cómo España cambió de manera radical, cuando un grupo de jóvenes, con celular en mano, movilizaron a la sociedad española convocando a marchas que desembocaron en el 15M en la Puerta del Sol. Ése fue el principio de la desaparición de la hegemonía de los partidos políticos de siempre.
El Partido Popular de Mariano Rajoy cayó en desgracia. Mucho más el Partido Socialista con la posibilidad, nada desdeñable, de desaparecer. Ése fue el inicio de hacer una nueva política empujando a los gobiernos a mirar menos hacia ellos y más hacia la ciudadanía.
Todos tenemos en la retina la Primavera Árabe. Los ciudadanos de los países que participaron lucharon contra la tiranía de sus gobiernos y lo hicieron a través de las redes sociales.
Muchas naciones, como Libia, empeoraron, mucho más. Sin embargo, aquella protesta masiva y global hizo ver que las autoridades políticas ya no eran ni autoridades, ni mucho menos políticas, entendiendo este término como un servicio al ciudadano.
Hoy vemos a artistas influyentes, novelistas, deportistas, famosos que concentran a muchos millones de seguidores. Son personas que abrigan mucho más poder que cualquier político. Tienen más seguidores que ciudadanos de países como España.
Imaginemos, por un momento, que cualquiera de estos influyentes personajes escribiera algo negativo sobre algún país u organismo con menos de 140 caracteres. Podría acabar, en tiempo real, con la economía de todo un país; y lo haría sentado cómodamente en su casa, a través de un teléfono celular. Lo haría también con el poder que pueden llegar a otorgar 140 caracteres.
Ése es el nuevo poder, el poder real, el poder de facto. Por eso, no tenemos más remedio que adaptarnos a las nuevas tecnologías. Sin embargo, hay que hacerlo con un gran sentido de la responsabilidad, sabiendo que cada uno puede ser el “amo del mundo” y que no existen controles reales que regulen a las redes. Por tal motivo, no se puede caer en la irresponsabilidad.
Lamentablemente, querido lector, la falta de responsabilidad predomina en un mundo por completo virtual.