El Investigador José Manuel Villalpando retoma la polémica que rodea el periodo del fin del Segundo Imperio Mexicano

Camino abundantemente por las calles habaneras durante el arranque del primer enero sin Fidel Castro. Me sorprende el estado ruinoso, de veras ruinoso, de la Habana Vieja, ese casco histórico que todavía hoy, luego de tantos años de escaseces, deja ver la majestuosidad sabrosona de esas calles que culebrean, esa aura sexy y distinguida a un tiempo: ese curvarse que una amiga local dice que tiene algo de sexualidad.

 

Digo que me sorprende porque pululan los turistas de todas
partes, como siempre, pero ahora también los gringos, muchos, lo que invitaba a pensar que el régimen, desde siempre dado a lo macro, a los grandes proyectos tipo zafra masiva o alfabetización universal, ya sabemos, habría podido emprender una campaña masiva de expropiaciones y restauración para demostrar que el primer territorio libre de América está vivito y coleando, que sí se pudo.

 

Y no. Hay un puñado de calles cuidaditas, algunos paladares de buen ver, alguna tiendita de diseño, sí. Alrededor, manzanas enteras de una miseria rotunda, con la correspondiente devastación arquitectónica. Lo que demuestra que esto es un fracaso cultural. Ya sé lo que viene ahora: el bloqueo, etcétera. Conformes.

 

La verdad es, no obstante, que la isla vio cómo su capacidad productiva desaparecía como un puñado de agua desde los tiempos en que el Che, nombrado titular del ramo, posaba para la foto con el torso desnudo, dando machetazos y demostrando lo pueblo que era. Y sobre todo la verdad es que Cuba le metió a la cultura el dinero de los soviéticos, primero, de los venezolanos, después, de los negocios dispersos y burocratizados, pero negocios al fin que logra hacer, por último. Y bien está.

 

Pero no parece que ese dinero haya ido a parar a lo que debería ser una prioridad siempre, y sobre todo para un país que puede ingresar muchas divisas por concepto del turismo: la conservación de un patrimonio histórico que no tiene parangón en el Caribe, ni para el caso en sitio alguno. Ese tesoro.

 

Luego vienen los otros aspectos del desastre: las librerías con estantes chimuelos, el escasísimo teatro y la escasísima danza y el
cine que mengua -aunque en todos los casos surgen propuestas brillantes-, porque esta isla siempre ha sido un dínamo cultural. Pero, sobre todo, está la triste evidencia de que la reina del Caribe, la isla de islas, está por convertirse en la isla sin tesoro.