Endémico del Alto Golfo de California de México, el pez totoaba enfrenta desde hace décadas una dura caza furtiva porque su buche es enormemente codiciado en China, donde se le atribuyen capacidades afrodisíacas y medicinales.
La pesca ilegal de totoaba, además, amenaza con acabar con otra especie única en el mundo, la vaquita marina, un cetáceo del que se sospecha que quedan ya menos de 40 de ejemplares.
“Hemos realizado diversas incautaciones de más de 100 ejemplares en el último año. El kilogramo de buche de totoaba puede llegar a valer hasta 60.000 dólares” en el mercado negro, explicó a Efe el subprocurador de Recursos Naturales de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), Ignacio Millán.
En apariencia, el pez totoaba no es especialmente atractivo. De la familia de las curvinas y carnívoro, puede llegar a medir hasta dos metros, pesar 100 kilos y cumplir más de 20 años.
Su pesca se debe al gran valor que en China se paga por la vejiga natatoria -el buche- que es un órgano interno que estos animales utilizan para regular su flotabilidad.
En el país asiático se cree que la vejiga natatoria de un pez llamado “bahaba”, cocinado en una sopa, tiene cualidades afrodisíacas, medicinales y regenerativas.
“Se dice que da mayor potencia sexual, disminuye el colesterol, mejora la circulación, rejuvenece la piel y otorga longevidad a quien la consume”, destacó la senadora Diva Hadamira, al denunciar la problemática en la Cámara alta en 2014.
Ante la casi extinción de la “bahaba”, el gigante asiático se fijó en el pez totoaba, del que se dice tiene las mismas propiedades medicinales.
Su pesca en las costas mexicanas se remonta a décadas atrás, y el impacto ha sido evidente: “En 1942 se podían obtener hasta 2.270 toneladas al año, y ya en 1975 el decrecimiento fue muy drástico, de solo 59 toneladas. Ha habido una disminución de la especie de alrededor del 95 %”, explicó Millán.
En 1975 se declaró la veda permanente del pez, y un año más tarde apareció en el listado de especies amenazadas y en peligro de extinción de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Adicionalmente, en 1993 se decretó la “Reserva de la Biosfera del Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado”, instaurándose la veda total e indefinida de caza y captura de totoaba y vaquita marina.
No obstante, según cifras de la Secretaría de Marina (Semar), desde enero de 2013 hasta mayo del 2014 se habían decomisado más de 17 toneladas de totoaba.
Sobre el terreno, el escenario es devastador: “Pescan la totoaba, cogen la vejiga natatoria y tiran toda la carne al mar, se encuentran totoabas muertas por todas las playas, flotando en el agua”, lamentó Oona Layolle, directora de operaciones de barcos para Sea Shepherd en el norte del Golfo de California.
Esta organización trabaja desde 2015 y junto con la Semar en el norte del Golfo de California realizando con sus barcos patrullajes en busca de cazadores furtivos.
“¡Tenemos más de diez barcas! Marina nos da confirmación, son ilegales”, dice el capitán de una embarcación en el vídeo de una persecución a pescadores ilegales proporcionado por Sea Shepherd.
La merma en la especie de totoaba conlleva un problema mayor por la red usada por ilegales que trabajan “día y noche”: “Son mallas muy grandes, y están matando toda la biodiversidad de la zona; caen delfines, tiburones, ballenas, tortugas y rayas”, apuntó Layolle.
Además de la vaquita marina, una especie de marsopa -parecida al delfín- que a pesar de los esfuerzos gubernamentales y de entidades conservacionistas “mueren por nada”, agregó.
La pesca de totoaba supone el sustento principal de muchos habitantes de pueblos del Alto Golfo de California, como San Felipe o Puerto Peñasco, aunque tampoco los enriquece.
“El precio que pagan los intermediarios asiáticos a los pescadores mexicanos por un kilo de vejiga o buche es de entre 500 a 2.000 dólares”, subrayó Hadamira, un precio que contrasta con los 60.000 dólares que puede tener en el mercado negro.
Ante un control cada vez más intenso, los traficantes se las ingenian para “disfrazar” el buche y moverlo, ya sea en “maletas, latas de leche” o incluso ruedas de vehículos, explicó el representante de la Profepa.
Pero ¿quién está detrás de este comercio? Millán habló de traficantes asiáticos compinchados con pescadores locales, pero otros expertos insisten en que el narcotráfico también se inmiscuyó, lucrándose de este animal para nutrir sus poderosos tentáculos.