¿Qué funciones tiene una institución como la Cineteca Nacional? Por algunos años, tal vez entre fines de los 90 y el arranque de este siglo, sus titulares parecieron olvidarlo: se volvió una especie de cine de segunda mano al que llegaban, fundamentalmente, las pelis de las salas comerciales que se habían estrenado un par de meses antes, no necesariamente las mejores. La Cineteca convertida en una especie de sala de pueblo, pero pagada con dinero público. Por fortuna, las últimas administraciones, y en especial la última, la que conduce el también cineasta Alejandro Pelayo, corrigió el rumbo de una manera que ojalá tenga continuidad.

 

 

Pienso esto mientras veo con mucho más que interés: con franco placer, la exposición sobre Stanley Kubrick que estará hasta mayo en La Galería, un espacio para eso, para exposiciones, incrustado entre las salas de abajo, que ha dado sorpresas en verdad buenas. Kubrick: la exposición lleva un rato circulando por varios países, con éxito. Lo merece. Al que pasea por sus pasillos se le ofrece una perspectiva clara y rica de la trayectoria de uno de los grandes, pero grandes cineastas del segundo siglo XX, muerto en 1999 antes de ver el estreno de su última película, Eyes wide shut. El realizador de, por ejemplo, Odisea 2001, Lolita, El resplandor, Espartaco, Cara de guerra, Naranja mecánica o Barry Lyndon. Vayan. Notablemente curada, incluye vestuario, notas de producción, cámaras, stills, fotos del Kubrick joven que aún no era cineasta y guiones anotados por el director. Brillante trabajo, acompañado por un ciclo de cine kubrickiano.

 

 

Esa es una de las tareas centrales de una cineteca: contribuir a formar audiencias sofisticadas y versátiles por todas las vías posibles, pero sobre todo por la de la persuasión, y no hay mejor modo de persuasión que un ciclo bien organizado: que poner el cine frente a nuestros ojos, mejor si es acompañado como el de Kubrick esta vez. El mejor cine que se ha hecho en este planeta, desde el mudo hasta el de Hitchcock, desde el europeo de postguerra hasta el del gran Hollywood de los policiacos clásicos (ahora mismo hay uno dedicado a Raymond Chandler) y a la Nueva Ola, ha merecido retrospectivas bien organizadas en un espacio común que ha recuperado su primera vocación.

 

 

Úsenlo. Es suyo. Vean la expo de Kubrick, sigan con alguna de sus películas y si salen descontentos, si tienen algo que reprocharme, remitan sus quejas a este diario con el señor Eduardo Salazar, que es el editor y por lo tanto el culpable de todo lo que pueda ocurrir.