El nuevo inquilino de la Casa Blanca salió, como se esperaba, con la espada desenfundada y no dejó títere con cabeza desde su mensaje de juramentación. Con su divisa “America first” lo único que está haciendo es desatar los demonios de la fragmentación política y dar “luz verde” a todos los regímenes autoritarios de distinto tipo, de izquierda o de derecha, para que hagan lo que quieran, pues ya no habrá un gendarme que verificará si tienen buena conducta ni los sancionará cuando se pasen de la raya.
Los líderes occidentales, desde Angela Merkel en Alemania hasta François Hollande en Francia, no salen de su asombro ante este despliegue de nativismo, chovinismo y egocentrismo digno del mejor repertorio retórico de un caudillo tropical.
México es el blanco principal de sus dardos envenenados, pues se trata del “rival más débil” que apenas puede defenderse, pero prácticamente se ha peleado con todos, empezando por China, para seguir con la Alianza Atlántica, a la que prácticamente ha calificado como un “manojo de mantenidos” y luego en particular con las naciones europeas.
De otros países de América Latina –fuera de México- o África ni siquiera habla, porque en su visión egocéntrica ésas son zonas periféricas que no figuran en su simplificado mapa mental. Como dicen algunos analistas, Trump ha venido a erosionar y prácticamente destruir todos los frágiles equilibrios que fueron cuidadosamente construidos con paciencia y sabiduría por grandes estadistas que lo precedieron.
Ahora, sólo de la mano con Vladimir Putin, pretende erigir un mundo en el que sólo cuenten dos grandes polos, con Rusia de un lado y Estados Unidos del otro.
“América primero” equivale entonces a decir que nadie importa en el mundo, sino sólo los estadunidenses.
Con su equipo de multimillonarios, ancianos y fanáticos supremacistas, pretende gobernar a un mundo muy complejo en el que cualquier desnivel provoca verdaderas crisis.
Un solo acto podría encender una chispa de dimensiones universales, como es, por ejemplo, su declarada intención de trasladar de Tel Aviv a Jerusalén la embajada estadunidense, para reconocer a esta última como la verdadera capital judía.
Cuando Trump se atreve a decir que “América es primero”, abre la puerta para que cada país se sienta en la libertad de decir “China es primero”, “Europa es primero” y así tener la vía libre para aplastar a los demás países en defensa de sus derechos.
Son este tipo de acciones las que confirman que el Presidente de Estados Unidos perdió la brújula, está cada día más aislado y que le sucede lo que al borracho que maneja en sentido contrario en el Periférico: cree que todos van en sentido equivocado, cuando es él realmente el que va manejando erróneamente.