En medio del caos y la esperanza, en medio del proceso que derivó en la conclusión pacífica de una dictadura de 22 años, dos mensajes rebotaban por la nube cibernética.
Uno de ellos mostraba a Adama Barrow, el primer Presidente electo democráticamente en la historia de Gambia, con su uniforme del Arsenal; producto de los años en que estudió en Londres y ahí trabajó como guardia de seguridad, Barrow es un activo seguidor de los Gunners.
El otro era de gratitud a Senegal por dos hechos acontecidos el mismo día: por haber derrotado su Selección a la de Zimbabue de Robert Mugabe en la Copa África y por el determinante envío de su ejército a Gambia, acto sin el que el dictador Yahya Jammeh no habría aceptado dejar el cargo que, tiempo atrás amenazó, ocuparía por mil millones de años. Por increíble que parezca, el mismo Jammeh, que pretendía decapitar a los homosexuales y que asesinó a todo lo que pudiera lucir como opositor, se fue sin disparar una sola bala.
Como todo dictador africano, antes se preocupó por controlar los órganos deportivos de su país. El COI tuvo que salir en defensa de hasta dos presidentes del Comité Olímpico de Gambia, acusados de traición y condenados a muerte (el primero, militar y viejo aliado de Jammeh, hasta el final insistió en su fidelidad al líder; la segunda, desde entonces ha encabezado numerosas protestas por los derechos humanos y de las mujeres en Gambia). Mientras eso sucedía en el movimiento olímpico, la FIFA no puso demasiada atención a una federación de futbol presidida por un brazo derecho de Jammeh (nada menos que su ex canciller y ministro de Interiores), el cual suele acudir y votar en todo encuentro del organismo; es decir, muchos pronunciamientos desde Zúrich contra las injerencias políticas, aunque, en este caso, sin acciones concretas.
Gambia, que este lunes ha despertado al concepto de la democracia, es uno de los pocos países que nunca ha calificado siquiera a una Copa África de futbol y cuya última representación olímpica, cuatro atletas en Río 2016, ha sido la más grande que haya enviado.
Su ubicación, cerca del límite occidental del continente, la convirtió en punto medular del comercio de esclavos. Por ello, en 2006, su Estadio de la Independencia escenificó un emotivo momento: Andrew Hawkins, descendiente directo del primer esclavista británico, Sir John Hawkins, ingresó a la cancha encadenado y, cuatro siglos después de las atrocidades de su ancestro, se disculpó ante el pueblo africano. Reconciliación que tuvo como testigo a Rita Marley, la viuda de Bob, y que dio a un escenario de escasa relevancia deportiva, máxima atención internacional.
Días atrás, en un nuevo mensaje de devoción al Arsenal, el nuevo presidente Adama Barrow enfatizaba que en la visión política se puede cambiar, pero no así en los colores deportivos amados. Mientras no cambie su voluntad de terminar con los niveles de represión y corrupción en Gambia, todo irá mejor; entre sus consignas estará recuperar la federación local de futbol, secuestrada, como casi todo, por la derrocada dictadura.
Twitter/albertolati