Contar cómo nació la Constitución que rige actualmente a los mexicanos, es contar una historia de traición, sangre y muerte…. Para 1917, cuando se promulgó la Carta Magna, seis años de guerra civil habían azotado al territorio mexicano.

 

 

Todo comenzó con un hombre: Porfirio Díaz, quien comandara el ala izquierda del Ejército de Oriente durante la Batalla de Puebla y reconquistara la Ciudad de México para la República a la caída del Segundo Imperio, había pasado de ser un héroe a convertirse en una especie de villano.

 
El Siglo XIX había sido muy duro para nuestro país: independencia, revolución, invasión, guerra civil, invasión de nuevo, etc. Fue hasta la llegada del general Díaz al poder (1876-1880 y 1884-1910) que el país pudo disfrutar de un período prolongado de (relativa) paz, la llamada Pax Porfiriana.

 
Pero esa paz (aunada a un crecimiento económico sin precedentes), construida a costa de la democracia y del sacrificio de las clases trabajadoras, reventó en 1910, luego de la última reelección del general Díaz. Francisco I. Madero, un joven terrateniente, encabezaba una rebelión que lo catapultó a la Presidencia y a Porfirio al exilio.

 
Pero los ideales y principios del llamado Apóstol de la de Democracia terminaron conduciéndolo a él, a su hermano Gustavo, al vicepresidente Pino Suárez y a más de un millón de mexicanos (calculan historiadores) a la paz de la tumba.

 
A la Presidencia llegó el general Victoriano Huerta, llamado por el senador Belisario Domínguez el “soldado que se apoderó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al Presidente y Vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular (…) ¿Qué se diría a la tripulación de un gran navío que, en la más violenta tempestad y en un mar proceloso, nombrara piloto a un carnicero que, sin ningún conocimiento náutico, navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco?”.

 
Domínguez no pudo ser testigo de la caída del traidor, porque sus palabras le costaron la vida.

 
La nueva rebelión la condujo Venustiano Carranza, el Varón de Cuatro Ciénagas, cuyo Ejército Constitucionalista (llamado así por defender los principios de la Constitución de 1857), hábilmente dirigido por Álvaro Obregón y apoyado por las fuerzas de Francisco Villa, barrió a los huertistas desde los territorios del Norte.

 
Pero el triunfo de Carranza no significó el final de la guerra, pues Villa, en el Norte, y Zapata, en el Sur, rompieron con él luego de la Convención de Aguascalientes, en la que pretendieron despojar al coahuilense del liderazgo revolucionario, y se mantuvieron en franca rebeldía. Pero Obregón, el Manco de Celaya (pues en esa batalla perdió el brazo derecho) derrotó a Villa, mientras que Zapata quedó confinado en una guerra de guerrillas en Morelos.

 
Con el camino libre, Carranza convocó a un Congreso Constituyente en Querétaro, la ciudad que fue testigo de la muerte del último emperador de México y la restauración de la República, ahora iba a contemplar la renovación del Estado mexicano.

 
Del Constituyente, por supuesto, quedaron excluidas las fuerzas contrarias al gobierno, dígase villistas y zapatistas, entre otros. Aún así, la nueva Constitución agrupó la gran mayoría de las demandas del movimiento revolucionario y confirmó los grandes principios de la de 1857: Reorganización del Estado, reparto agrario, propiedad nacional del subsuelo (petróleo y minerales), educación laica y gratuita, libertad de culto y de expresión, entre otros, llegando a considerarse la Carta Magna más vanguardista de su tiempo.

 
Aunque la guerra entre facciones continuaría hasta 1921 (cuando el Presidente interino, Adolfo de la Huerta, ofreció perdón y amnistía general para todos los contendientes), para algunos la Revolución terminó oficialmente con la promulgación del documento.

 
En el lapso entre 1917 y 1921 Zapata moriría en Morelos, víctima de una trampa de los carrancistas, y el mismo Carranza caería en Tlaxcalaltongo, Puebla, luego de escapar de la Ciudad de México ante el avance de Obregón, su antiguo amigo y brazo derecho; Adolfo de la Huerta llegaría al poder como interino, preparando el camino de Álvaro Obregón a la Presidencia…. Pero esa ya es otra historia.

 

 

 

 

Frase
“Ya no más de tus hijos la sangre se derrame en contienda de hermanos; sólo encuentre el acero en sus manos quien tu nombre sagrado insultó”
Tercera estrofa de la versión original del Himno Nacional