A sus 31 años el escritor suizo Joël Dicker ha conseguido lo que pocos autores veteranos en toda su carrera, aunar público y una crítica que ya lo considera como uno de los mejores autores en lengua francesa, mientras se aleja de Google, una herramienta de búsqueda que considera “está matando la ficción“.
“Google mata los libros y la ficción porque no te permitirá hacer nada; no puedes empezar diciendo ‘era el invierno de 1969 y nevaba’ porque alguien va a entrar en Google y va a decir ‘oye, no nevaba en ese invierno, te van a enviar un e-mail diciendo que fue el primero en 50 años en que no nevó”, dijo Dicker en una entrevista con Efe en Bogotá.
Y continúa su argumento: “Un libro, es como una gran mentira, lees en la portada ‘Joël Dicker. La verdad sobre el caso Harry Quebert’ abres la pagina y soy Marcus Goldman”, protagonista de la novela.
Por eso considera que se crean unas “reglas del juego” entre el autor y el lector que se rompen cuando se acude a la herramienta de búsqueda que considera “increíble” para consultar hechos, pero no cuando se involucra con la literatura.
“Novela significa ficción, aceptas el hecho de que te cuenten una historia y de que vas a dedicarte a un juego con quien está creando una historia. No vale cambiar las reglas con Google”, añade Dicker.
El escritor suizo sabe de lo que habla, mantiene contacto con sus lectores desde hace años, aunque últimamente lo ha reducido y solo suele responder a quienes le escriben por carta ante la imposibilidad de atender a todos los correos electrónicos y mensajes que recibe a través de su página web.
En su carrera ha publicado tres libros: “Los últimos días de nuestros padres“, “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, la primera en que apareció Marcus Goldman -nada que ver con el banquero alemán- y “El Libro de los Baltimore”.
Su segundo libro, el que le permitió dar el gran salto a la fama, vendió más de tres millones de ejemplares que le convirtieron en el gran fenómeno literario del momento, pero parece que no le abruma y sabe manejar el éxito.
Sin embargo, recuerda que su éxito no es flor de un día, porque este hijo de bibliotecaria y profesor de francés comenzó a escribir siendo muy joven y tuvo que trabajar mucho en su estilo, lo que significa que no apareció “de la nada”, sino que fue la fuerza del trabajo la que le abrió el camino.
“Hay mucho trabajo detrás que me ha llevado a pensar que el éxito es algo muy frágil, no es algo que decida el autor, sino los periodistas, editores, lectores, vendedores de libros, todos menos los autores. El autor solo puede hacer lo mejor para escribir bien e intentar promover su libro, pero no llega más allá”, subraya.
Por eso, confiesa que cuando se sienta a escribir a diario sigue “viendo a ese joven autor” y piensa cómo mejorar, qué puede cambiar: no se ha sentado simplemente a disfrutar de un éxito que sin embargo agradece.
Dicker no puede ubicar cuándo sintió ese primer impulso de sentarse a escribir, pues para él la creación es algo innato, “el placer de contar una historia” que también ha buscado por otros medios como el dibujo o la música.
“Como dibujante tengo mis limitaciones, mientras que con las palabras siento que no tengo límites”, asegura.
Al inicio de su proceso, cuando se sienta para poner ese impulso sobre el papel o la pantalla de su computador, el ginebrino asegura que termina en una espiral similar a la de una “ecuación matemática”, en la que busca soluciones con las que avanzar en la redacción.
“Es un momento muy duro porque requiere mucha energía y tiempo, ver e intentar soluciones hasta que encuentras una idea que se pone en marcha”, explica Dicker sobre ese primer momento frente a la página en blanco.
Cuando se ubica es cuando más disfruta el proceso de creación, se siente como en una ciudad nueva, que no conoce pero sabe dónde está y le permite caminar por ella.
Quizás en ese momento le viene a la cabeza su formación de leyes, que “implica hacer creer a mucha gente que tu verdad es la correcta”, algo similar a lo que siente este fanático de la ficción.
La pasión por su arte es la que le lleva también a embarcarse en esa tarea de escribir a la que por cada libro dedica en promedio dos años de su vida en los que, aunque presta atención a las recomendaciones de sus lectores, solo espera disfrutar del proceso sin pensar en ellos.
“Si luego no es un éxito al menos al final habré disfrutado, esos dos años son míos, nadie me los puede quitar. Si luego es un éxito mucho mejor”, asegura.
Su pasión por la ficción le lleva incluso a eludir el relato de su apasionante historia familiar, bisnieto de un revolucionario ruso que tuvo que exiliarse en Suiza y que quizá algún día reserve para sus hijos.
“Pero eso no es ficción”, descarta de plano el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa.
OR