Primero le tocó al presidente Peña, y la cosa, dentro de lo que cabe, no fue tan mal. Luego le tocó el turno al primer ministro de Australia –aliado de siempre de Estados Unidos– y Donaldo Trump le colgó el teléfono.

 

 

El fin de semana pasado habló con Angela Merkel, de Alemania; François Hollande, de Francia; y Paolo Gentolini, de Italia, para exigirles –porque Donaldo no entiende el arte de la diplomacia– que sus respectivos países tenían que presupuestar más emolumentos en la OTAN, esa Alianza Atlántica que, en principio nos salvaguarda de países que buscan guerrear. Claro que, con Donaldo Trump en la Casa Blanca, la filosofía de la OTAN se convierte en una quimera.

 

 

Bueno, pues le tocó el turno al Presidente español, Mariano Rajoy. A mediados de semana, en la noche sonó el teléfono del Palacio de la Moncloa. ¿Quién era? Pues Donaldo, Donaldo Trump.

 

 

El comunicado de Moncloa sobre lo que hablaron era optimista y constructivo. Según dicho comunicado, la conversación de 15 minutos entre ambos mandatarios fue extendida y amable.

 

Siempre, según Moncloa, Mariano Rajoy se ofreció en ser el interlocutor de Estados Unidos y Europa. Pero no sólo eso, sino también se ofreció en la interlocución de América Latina, norte de África y Medio Oriente. Vamos, medio mundo cuando habría que decirle al señor Rajoy que todos los países son soberanos y tienen boca para hablar. Distinto sería que los mandatarios de estas naciones se lo hubieran pedido. Pero es que no lo hicieron, y Rajoy quiso colgarse una medalla que no le correspondía.

 

 

Pero la versión de la Casa Blanca no tiene nada que ver con la que ofrece el Gobierno español. Según Washington, Donaldo especificó su lacónica conversación en exigirle también a Rajoy que tiene que inyectar más dinero en la OTAN.

 

 

Pero Donaldo no habla de interlocución con otros países. A lo mejor Rajoy tuvo unos segundos antes de colgar el teléfono para decírselo. Eso puede ser. Pero no creo que hubiera una respuesta por parte de Donaldo. Es demasiado egocéntrico para eso. Un egocentrismo que va de la mano de su ignorancia, lo que le convierte en una bomba de relojería.

 

 

¿Se imagina, querido lector, la enorme responsabilidad que tienen los intérpretes en estos casos? Imagino que la agilidad mental del intérprete debe ir acompañada por un conocimiento exhaustivo de los países a los que va a hacer la traducción.

 

 

Si a Rajoy le sudaban las manos de los nervios, minutos antes de que sonara el teléfono, no quiero imaginarme cómo estaría el traductor de Donaldo. Una palabra mal dicha, una frase fuera de contexto, y tal y como es Donaldo, sería capaz de expulsarle del país y declararle en un ostracismo permanente.

 

 

Podemos verlo como queramos, pero de momento el que está marcando las pautas de la política internacional no es otro que Donaldo.