“Prohibida la entrada a menores de edad, mujeres y policías”, se leía a las afueras de las pulquerías, donde se expendía la llamada “bebida de los dioses”: el pulque, servida en grandes vasos de vidrio, a veces no bien lavados, que hacía la delicia de viejos y jóvenes.

 

Muchos de ellos, ansiosos de degustar la bebida embriagante y los tradicionales “curados” de avena, apio, jitomate, piñón, alfalfa, entre otras incitantes mezclas, se apersonaban desde temprana hora, principalmente los días sábado, una vez concluida su jornada laboral.

 

A un lado de la entrada principal había un lugar reservado para mujeres y niños que acudían a comprar el mencionado néctar en garrafones, botellas u ollas para llevar a sus hogares, donde los adultos disfrutaban de ella y, en ocasiones, a la natural la acompañaban con refresco de grosella.

 

EN “LA PALOMA AZUL” SE PONDERAN LAS BONDADES DEL PULQUE

 

No podían faltar las mujeres ataviadas con gorro y delantal al frente de un cazo lleno de aceite, donde cocían vísceras que despedían en ocasiones un olor desagradable, pero qué decir de los tacos que preparaban de tripa bien doradita, que era “para chuparse los dedos”, como diría Juan Pérez, un asiduo consumidor de pulque.

 

Las pulquerías datan desde los primeros tiempos de la Colonia, a donde sólo asistía la plebe, pues los españoles y los criollos tenían aparte sus lugares de reunión para divertirse, bailar, cantar, jugar y embriagarse, así, en cadena.

 

Estos tradicionales lugares, asentados principalmente en las esquinas de las populosas calles de la Ciudad de México y que tienden a desaparecer, pues la gente prefiere ingerir cerveza y no el gustado “neutle”, lucían sus fachadas bien pintadas con colores llamativos.

 

Sus interiores eran adornados con papel picado de varios colores, sobresaliendo el morado, y banderitas de México clavadas en naranjas, algunas partidas por la mitad.

 

Han surgido otros establecimientos similares, pero con un concepto más modernista, a donde se dan cita familias para comer y los adultos acompañar sus alimentos con pulque o los tradicionales curados elaborados con jitomate, apio, avena, piñón, así como de frutas como mango, guayaba, plátano, manzana, etcétera.

 

EN “LA PALOMA AZUL” SE PONDERAN LAS BONDADES DEL PULQUE

 

También se han convertido en centro de reunión de jóvenes, mujeres y hombres, a diferencia de antes en que las féminas y los menores tenían prohibido el ingreso al inmueble, y se les atendía a un lado de la entrada principal, para comprar la bebida y llevársela.

 

El pulque es una bebida alcohólica fermentada tradicional de México, y es considerada por las diferentes etnias del país como la “bebida de los dioses”.

 

De acuerdo con historiadores, su origen es prehispánico y se elabora a partir de la fermentación del mucílago conocido como aguamiel, del agave o maguey.

 

Los expendios de antaño tenían el pulque en grandes tambos, manojos de apio y cajones de jitomate, sin faltar en algunos casos un altar de la Virgen María, para que les fuera bien en su negocio.

 

Tenían la clásica barra de cemento, mesas con bancos o sillas de madera para atender a la clientela, que disfrutaba estar horas y horas bebiendo tan delicioso elixir.

 

EN “LA PALOMA AZUL” SE PONDERAN LAS BONDADES DEL PULQUE

 

Había quien de un solo trago desaparecía el contenido de su vaso ante el asombro de los demás, que preferían paladear ese líquido viscoso, a veces blanco o amarillento, y cuyos intentos por enlatarlo o envasarlo no han tenido éxito.

 

El sobrante en el vaso era arrojado al piso que estaba cubierto de aserrín, y que la destreza del bebedor hacía que se dibujará la figura de un alacrán, lo cual obligaba al dependiente o a algún espectador a invitar la próxima ronda.

 

No podía faltar el juego de la rayuela, que consistía en lanzar una moneda de 20 centavos de aquellas de cobre, a una tabla de madera con una perforación en medio y que después de varios intentos al acertar, el ganador se hacía de todo el dinero que estaba en el piso.

 

Los propietarios de estos inmuebles solían ser muy ingeniosos para atraer el mayor número de clientes, ya que les ponían nombres tales como “Mi oficina”, “Detente hermano”, “La hija de Moctezuma”, “La 30-30”, entre otros sugestivos títulos.

 

Al paso del tiempo, las pulquerías casi han desaparecido y ahora, el consumo del “neutle” es meramente local.

JMS