Después de tantos días dando vueltas al asunto del muro, uno termina por sucumbir ante el hartazgo que produce el nuevo Presidente estadunidense.
Se trata de una mezcla de abulia, cansancio y desazón, mezclada con una dosis de impotencia y desesperación. Y es que el presidente Donaldo Trump tiene la habilidad de exasperar, tal vez porque el primer exasperado es él.
He llegado a la conclusión de que si tanto interés tiene en construir ese muro, que lo haga, siempre y cuando lo construya él con los emolumentos estadunidenses. Pero de nosotros, los mexicanos, ni un peso.
Es cierto que a estas alturas del partido, la realidad es que este planeta globalizado continúa salpicado por muros y vallas. En España, sin ir más lejos, tenemos dos. Las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, enclavadas en territorio marroquí, son dos buenos ejemplos. Se trata de cuatro vallas que están instaladas desde hace ya muchos años para impedir el paso de los sueños que se rompen ante esos muros.
Decenas de miles de africanos caminan durante años atravesando el desierto del Sahara. Muchos de ellos son capturados por traficantes de seres humanos; otros caen en manos de las mafias. Todos llevan años de sufrimiento, de lágrimas de llanto y sudor. Finalmente llegan al último obstáculo: las vallas que separan la miseria de lo que piensan que es la libertad y la prosperidad.
Pueden estar meses mirando la frontera española desde el lado marroquí, sabiendo que en cualquier momento saltarán las vallas.
Finalmente cuando lo hacen, la mayoría son interceptados por la Guardia Civil y devueltos a Marruecos al principio de su pesadilla. Y todo eso no lo tenemos tan lejos; se encuentra en territorio español.
Pero es que en Israel y Palestina ocurre algo muy parecido, y también en las dos Coreas y en tantos otros lugares.
En Hungría, su Presidente y la ratificación del Parlamento se han superado en el colmo de la indecencia. Los campamentos situados a lo largo de la frontera con Serbia serán el nuevo hogar de los refugiados de la guerra de Siria y no podrán moverse de ahí hasta que se apruebe o no su solicitud de inmigrantes. En otras palabras, se trata de unos campamentos de refugiados sirios que son cárceles a la intemperie en un limbo en el que podrían estar años sin saber nada de sus vidas futuras –si es que tienen-. Mientras tanto, nosotros, los cínicos europeos, no decimos nada. No protestamos, como si la cosa no fuera con nosotros. Mientras, decenas de miles de gargantas nos piden angustiadas que les dejemos pasar.
Ahora bien, el colmo de la ignominia, el oprobio flagrante, la descarada vejación, se sitúa de nuevo en Donaldo Trump. Si quiere levantar un muro es su problema. Pero lo que resulta increíble es su última idea. Claro, tendría que salir de él. Pretende separar de sus familias a los niños que crucen ilegalmente la frontera. Eso ya es de una crueldad ilimitada.
Claro, dice Donaldo que es para disuadir de que familias de mexicanos intenten cruzar la frontera. Pero eso más que una disuasión, es una canallada. No encuentro palabras para describir este acto. Dice el secretario de Seguridad estadunidense que lo que buscan es desalentar la inmigración ilegal. Pero con ello sólo conseguirán que la inquina se convierta en ponzoña; el rencor, en cicuta; el amor, en odio.
Ésta es la última del señor que gobierna Estados Unidos. Me lo imaginé vehemente, impulsivo y adicto a los videojuegos. Me lo imaginé lejos de cualquier trabajo que requiera de un soporte intelectual. Sin embargo, jamás pensé que fuera una persona tan desalmada. Una persona sin alma.