Un gobernante corre riesgos muy diversos.

 

 

Uno de ellos generar la burla de cuando se enfrenta al examen de sus gobernados.

 
Creo que hay excepciones.

 
Al cumplirse un año más del PRI, escuché de nuevo la espontaneidad de las voces triunfalistas que intentaron cobijar un partido convulsionado por la derrota.

 
La presencia del primer priista en el aniversario es un incidente que no se puede circunscribir a los vaivenes de la política, por eso más allá de cualquier antecedente, como Presidente de la República en el ejercicio de sus funciones, no debió hablar en el evento.

 
Considero que fue inadecuado el mensaje del Presidente.

 
Un mensaje que dejó en claro su impulso y propósito: la política a la posición de mando.

 
La respuesta de la oposición fue inmediata examinando con rigor carencias, deficiencias y hasta frustraciones del PRI.

 
Así cómo quieren que les crea.

 
Los mexicanos estamos cansados de ver cómo los partidos políticos se desprestigian entre ellos, de autodefensas y de venganzas.

 
Estamos cansados de políticos que se desprestigian unos a otros.

 
Vivimos las injusticias de la realidad de nuestra democracia personificada en cada uno de los legisladores que han impedido mejores condiciones de vida anheladas por los mexicanos.

 
De los legisladores como representantes del pueblo, esperaría la máxima dimensión ética y política, pero no es así.

 
¿A qué se debe que no exista la madurez para enfrentar las intenciones de políticos y legisladores que con criterios retorcidos quieren ser parte de la corrupción y los abusos?

 
El origen del reproche, enojo y descontento está en los lujos y ostentación de los privilegiados, frente a la escasez de lo más indispensable.

 
Urge una clase política eficiente, ya no más desempeños polémicos y discutibles.