No hace mucho que comenté en este espacio la que me parece una de las grandes exposiciones que habrá este año, visitable ahora mismo para quien se dé una vuelta por el Palacio de Bellas Artes: Pinta la Revolución. Arte moderno mexicano (1910-1950). Es una retrospectiva crítica, con una curaduría de primer nivel y una colección de obras de verdad notable, muchas traídas del extranjero, que permite constatar el tremendo vigor, la creatividad que, nacionalismos al margen, distinguió al México del primer siglo XX, ése de Orozco, Rivera, Siqueiros, Kahlo, Tamayo, Mérida, Covarrubias, Montenegro, Álvarez Bravo… Reitero la recomendación y hago otra: váyanse a la Cineteca a ver lo que puedan del ciclo de cine concebido para acompañar esta expo.

 

 

 

No fue mala la era revolucionaria para las artes y los asuntos del intelecto, vaya que no. Bellas Artes cumple con la meta de ofrecernos una perspectiva de las artes visuales de la época. Pero esa riqueza plástica llevó aparejada una riqueza literaria no menor, como demuestran los nombres de Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Mariano Azuela, Rafael F. Muñoz –los de la llamada “novela de la Revolución”–, y los de la generación de los Contemporáneos –José Gorostiza, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Gilberto Owen, Xavier Villaurrutia…–, y José Revueltas, y Efraín Huerta y el primer Octavio Paz, entre otros muchos. Y una y otra, la plástica, la literaria, llevaron aparejado el nacimiento y el auge de nuestro cine, convertido en una industria vigorosa en pocas décadas, las que fincaron además muchos de los mitos, de los rostros icónicos, de los grandes temas de la cinematografía mexica.

 

 
Eso, justamente, retrata el ciclo de la Cineteca, completo, bien curado, que incluye veinte películas que son una verdadera clase del cine mexicano fundacional, desde la primera cinta sonora hecha en estas tierras, Santa, del año 31, hasta Salón México, Allá en el rancho grande, El compadre Mendoza o Los olvidados, es decir, desde Juan Bustillo Oro hasta Luis Buñuel, desde Fernando de Fuentes hasta el Indio Fernández.

 

 
Vaya un elogio más a la Cineteca. Programar cine en un espacio de esa naturaleza es mucho más que ofrecer buenas películas. Implica ofrecer ciclos organizados y meditados, aportar los saberes y dudas de los críticos e historiadores –cosa que efectivamente ocurre en este ciclo– y por supuesto dialogar con otras formas de las artes, de la cultura. Significa entender al cine, pues, en su contexto, como parte de una civilización. Tarea cumplida.