“Cómo puedes hacer eso, guácala”, es una frase cotidiana que Carolina Ledezma escucha de sus compañeros de escuela cuando les platica que ese fin de semana irá a la Alameda a darles de comer a jóvenes que deambulan en las calles del Centro.
Los chavos se drogan, andan con costras de mugre en la piel y con la ropa negra. Es trabajoso hacerlos hablar con confianza, porque pareciera que, para quienes los ven de reojo, su presencia es insignificante y ellos lo demuestran en sus gestos y en su caminar, en lo ofensivos que puedan ser con la mirada.
Caro tiene una forma de acercarse: procura llevar comida, aunque en realidad trata de que sean encuentros casuales, en los que ellos le platiquen cómo les va y se establezca un diálogo, mientras ellos pueden comerse un pambazo en la calle.
La joven es estudiante de diseño gráfico, trabaja de 9:00 a 16:00 horas, después va a la escuela y sale a las 10:00 de la noche. Desde hace dos meses ha hecho cotidiano acudir a convivir con niños de la calle, algunos ya la reconocen y la saludan, los más afortunados se sacan “selfies” con ella.
“Al principio empecé ir a un curso y nos pedían eso de poder convivir con ellos; pero después, en lo individual, cada quien decidía si lo seguía haciendo o no. A mí me pasó que me los encontraba y me ponía a platicar con ellos y luego los invitaba a comer y platicábamos más”, relató.
Entre la conversación, los llamados chavos de la calle le cuentan las razones que los llevaron a estar en esa situación. Muchos sí tienen casa, pero están ahí porque fuera del hogar ocupan el lugar que no encuentran en sus familias. Están ahí por gusto, al menos eso es lo que platican.
“Es difícil acercarse a ellos, porque se resisten bastante y sí es complicado que te tengan confianza. Por cómo es la gente ellos, no se dejan”, planteó.
Para Carolina, la situación se debe, en gran parte, a que no creen que importan para la vida de alguien, además de las dificultades que enfrentan al ser adictos a alguna droga. Hasta el momento, sólo en una ocasión la han amenazado con matarla si no les daba dinero para drogarse; pero no pasó de ser un comentario en el viaje del estupefaciente.
La convivencia con personas de la calle le ha dejado historias, la satisfacción de ayudarlos es muy grande porque no se trata solamente de hacer presencia, sino de la convivencia, de hacerlos sentir que de verdad importan, de compartirles algo de alegría, aunque sea un momento.
“Es algo que yo seguiré seguir haciendo, es muy padre y me gustaría que más personas se unieran. No necesitas crear una fundación o una asociación, sino solamente que tengan el fin de ayudar”, señaló.
Poblaciones callejeras, las más vulnerables: IASIS
Las personas que viven en situación de calle son las más vulnerables de la capital mexicana, no pueden exigir sus derechos solas y por eso ven a la calle como su única opción, entre la invisibilidad, señaló Héctor Maldonado, director del Instituto de Asistencia e Integración Social de la Ciudad de México (IASIS).
El funcionario señaló, en una entrevista con 24 HORAS, que reintegrar a las poblaciones callejeras es un reto muy importante, pues constituyen un reflejo de problemas multifactoriales: así como hay jóvenes en condiciones de drogadicción, hay personas de la tercera edad que están ahí por abandono.
Detalló que, en lo personal, la convivencia con las brigadas lo ha dotado de mayor sensibilidad, pues se forma un lazo de apoyo y se la idea de que todos tenemos una oportunidad de vida.
“Este grupo vulnerable te da una esperanza, porque yo veo cuando ellos aceptan esta oportunidad de vida, se obligan ellos mismos a salir adelante. Me da mucho orgullo poder colaborar en este trabajo”, dijo.
Realidad capitalina
Más de 250 puntos de indigencia hay en la Ciudad de México