Especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) descubrieron que El Chac Mool y el Trono-Jaguar, localizados en la subestructura de El Castillo, en Chichén Itzá, Yucatán, podrían haber sido pigmentados con cinabrio al momento de la clausura del templo, en una especie de ritual de cierre de la edificación.

 

 

A través de la técnica de fluorescencia de RX, la arqueóloga Denisse Argote Espino, realizó un análisis de la paleta cromática de las dos esculturas y destacó la existencia de cinabrio (sulfato de mercurio), mineral que tuvo gran simbolismo entre los antiguos mayas por su tonalidad bermellón, vinculada con la sangre y con los rituales de vida y muerte.

 

 

En un comunicado, la experta señaló que en la época prehispánica el cinabrio fue un material de lujo utilizado por las clases altas en rituales mortuorios; tal es el caso de la Reina Roja, en Palenque, Chiapas, aunque también se ha hallado en el revestimiento de los murales del Palacio de Quetzalpapálotl, espacio residencial de la Zona Arqueológica de Teotihuacan.

 

 

De acuerdo con los análisis, las piezas tienen un buen estado de conservación, aunque el pigmento del Chac Mool estaba muy degradado, posiblemente porque en la época prehispánica estuvo expuesto a la intemperie.

 

 

No obstante, aún mantiene restos de color rojo (óxido de hierro) en la espalda y las orejas, en tanto que en las manos y muñecas donde cargarían las ofrendas, está presente el pigmento a base de sulfato de mercurio.

 

 

En el Trono-Jaguar se preserva mejor el color, seguramente porque fue concebido como una ofrenda o reliquia al momento del cierre del templo y permaneció al interior de la cámara principal.

 

 

De acuerdo con el estudio, las dos piezas escultóricas fueron esculpidas en piedra caliza con incrustaciones de concha marina; en el caso del Chac Mool en ojos y uñas, mientras que en el Trono-Jaguar se observa en los colmillos, cuyas manchas verdes y ojos fueron manufacturados con jadeíta.

 

 

La técnica de fluorescencia de RX, no invasiva ni destructiva, también se aplicó en las pinturas murales que se localizan en las subestructuras de los templos de los Guerreros y de las Grandes Mesas, así como en el templo de los Búhos que se encuentra dentro del grupo de la Serie Inicial.

 

 

Argote Espino sostuvo que la paleta cromática maya incluía: amarillo (óxidos de hierro hidratados y mezclados con arcillas de la región), negro (carbón orgánico, manganeso y magnesita), blanco (cal), verde y azul (añil más arcilla atapulgita), entre otros colores.

 

 

El estudio se efectuó a petición del director de la Zona Arqueológica de Chichén Itzá, Marco Antonio Santos, con el fin de conocer el estado de conservación tanto de las dos esculturas como de la pintura mural.

 

 

La especialista dijo que el analizador portátil de fluorescencia de RX identifica una gran cantidad de elementos químicos que van desde el sodio hasta el uranio. Además puede medir concentraciones del 1 al 100 por ciento de la composición total de una muestra y elementos traza de hasta 20 partes por millón.

 

 

A través de este tipo de estudio, los restauradores y arqueólogos podrán intervenir y clasificar las piezas de acuerdo con su composición química, materia prima, así como por sus alteraciones posteriores de origen humano, animal o natural, concluyó el INAH.