A Clinton lo que estuvo a punto de costarle la destitución no fue haber tenido un affaire con Monica Lewinsky, aquella becaria que guardó un vestido impregnado de –va un eufemismo– material genético, sino haber mentido respecto al hecho. No es que la política norteamericana esté vacunada contra la mentira. Ahí está Richard Nixon. Pero sí la ha distinguido una voluntad de vacunarse, es decir: una conciencia de que la mentira es tóxica, corrosiva, y de que puede minar los cimientos de la convivencia política, de la democracia misma. No se trata, pues, de una mera forma de puritanismo, de moralina, según apuntan los antiyanquis de turno.

 

Prueba de que esa conciencia está bien fundamentada es Trump. Como es evidente, buena parte de los ciudadanos, los medios y las instituciones de Estados Unidos están en una lucha de resistencia contra algo más que un presidente zafio y racista: están en lucha contra una amenaza autoritaria. Por fortuna esa lucha, que apenas empieza, da la impresión en las últimas semanas de inclinarse hacia el lado del bien: van ya dos intentos de veto migratorio que le bloquean al Hombre Cheeto, al que además se le insurreccionan congresistas, iglesias, sindicatos, gobernadores, alcaldes, ONGs, organizaciones feministas y de migrantes, periódicos y televisoras.

 

 

Pero no perdamos de vista que esa resistencia es una respuesta a lo inverosímil. Para nuestros vecinos, el triunfo de Trump, el triunfo de la mentira es, a pesar de todo, aperplejante. “¿Cómo nos pudo pasar esto?” Por no haber, no había siquiera en la cultura gringa muchos antecedentes en la ficción. Un ejemplo reciente es desde luego House of cards, gran serie, pero no abunda en aquella literatura, o en ese cine o ese teatro o esa TV, lo que en Shakespeare o la literatura latinoamericana: el retrato del mandamás, del personaje autoritario, aliado a la fuerza, sí, pero en especial a la mentira. La novela de dictadores, de La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán a La fiesta del Chivo de Vargas Llosa o Yo, el supremo, de Roa Bastos, o hasta Hamlet. Esa es la bibliografía básica de la era Trump.

 

Se ha paseado por Washington nuestro AMLO, Andrés Manuel (cuidado, siempre, con los políticos a los que les hablan de tú). ¿Qué hizo? Mintió. Mintió sobre el ejército en Ayotzinapa, como ha mentido sobre fraudes y conspiraciones y sobre su distancia con personajes corruptos o delincuenciales, de Bejarano a Abarca. No cambia. Dirán sus simpatizantes que compararlo con Trump es una falacia y una indignidad. Veremos. Yo, mientras, les recomiendo la misma bibliografía.