Nunca pudieron imaginarse el grupo de estudiantes radicales que el 31 de julio de 1959, cuando fundaron ETA, pudieran causar tanto dolor a la sociedad española que tan sólo quería vivir en paz.

 

 

Es cierto que España vivía bajo el yugo de la tiranía franquista y muchos ciudadanos, anhelando la libertad, pensaron que estos “radicales” pretendían acabar con la dictadura a través del terrorismo, lo que ellos eufónicamente llamaban la “lucha armada”.

 

 

Pero no; no querían acabar con Franco. Desde un principio fueron claros. Las pretensiones de ETA pasaban por la separación del País Vasco con respecto de España.

 

 

Pero las ansias de libertad eran mayores que la venda que aquellos ciudadanos se habían puesto en los ojos para pensar que ETA quería instaurar la ansiada democracia.

 

 

Claro, hasta que en 1968 los terroristas asesinaron a José Pardines, un joven guardia civil que estaba realizando su trabajo; vigilaba el tráfico en una carretera.

 

 
Desde aquel entonces y durante más de 40 años, la organización terrorista vasca ha asesinado a cerca de mil personas, ha provocado cuatro mil heridos, miles de familias destrozadas y una sociedad vasca y española que quedó sin rumbo, especialmente durante los años 80 y 90, que fue cuando los terroristas actuaron de manera más beligerante.

 

Quiero subrayar el adjetivo terrorista, porque existe en el imaginario colectivo una idea romántica de que ETA fue un grupo separatista que luchaba para acabar con el yugo de la tiranía de España y que vivía sojuzgado por unos sayones.

 

 

Pero no fue así. Nunca fue así; no eran ni románticos ni ejercían una lucha armada. Se trataba de un grupo de terroristas pusilánimes, cobardes del terror que disparaban por la espalda sin mirar a los ojos, que colocaban bombas en los bajos de los carros haciendo saltar vidas de guardias civiles, profesionales, políticos, periodistas, juristas, padres, madres, niños pequeños, ancianos; en fin, seres humanos que no tenían nada que ver con sus locuras cuyos abrevaderos fueron las atarjeas de la falta de razón por la ausencia de la palabra, por la carencia de ideas, por la falta de seguridad, buscando en la necesidad excusar sus crímenes.

 

 

Pero por fortuna, este fin de semana han dicho que finalmente van a entregar las armas y abandonan definitivamente la violencia. Es una gran noticia, sin duda. Pero, ¿quién va a restituir el daño que ocasionaron a tantas familias? ¿Qué va a compensar el hecho de quedarse huérfanos? Las cicatrices que ETA dejó a la sociedad vasca y española no se pueden pagar, son invaluables. Porque eso no se paga con dinero, ni con psicólogos ni con sacerdotes. No, es un desgarro en el alma tan profundo que no tiene vuelta atrás y que queda indeleble para siempre.

 

 

Pero en fin; dicen que hay que saber perdonar. Lo que es un hecho es que el próximo 8 de abril dejan las armas de una vez por todas. Desde luego, eso es mejor que nada. Por lo menos que sirva de lección que la violencia no conduce más que a un callejón sin salida… el que hizo el terrorismo de ETA.