Cada año, el semanario inglés The Economist publica su Índice de Democracia (http://bit.ly/2ktpbtj), un ranking de 165 naciones y dos territorios, que califica el instante de cinco categorías: procesos electorales y pluralismo; libertades civiles; el funcionamiento del gobierno; participación política; y cultura política. Estos resultados determinan si un país o territorio es considerado como “democracia plena”, “democracia defectuosa”, “régimen híbrido” o “régimen autoritario”. En este sentido, se estiman los porcentajes de población mundial que vive bajo estas categorías: 4.5 %, 44.8 %, 18 % y 32.7 %, respectivamente.

 

La profecía se consumó en tiempo y forma con la publicación del Índice 2016. Su panorama general, sin embargo, ha visto mejores días. Según el estudio, en donde 10 es totalmente democrático y 0 algo peor que Corea del Norte (1.08), Noruega (9.93), Islandia (9.50), Suecia (9.39), Nueva Zelanda (9.26) y Dinamarca (9.20) son las naciones más igualitarias en el ámbito democrático y político-electoral. Sorpresa para desinformados.

 

Sin embargo, Estados Unidos (7.98), habitual “democracia plena”, se une ahora a los defectuosos. Esto se debe a que la confianza pública en el gobierno ha llegado a bajos históricos. Como afirma el estudio, no se puede culpar a Donald Trump de este fenómeno –que lo precede–, pero él ha sido, sin duda, el mayor beneficiario de la hoy poca credulidad norteamericana para con las instituciones de la democracia y el gobierno.

 

Con respecto a la situación mexicana, el Índice 2016 nos ubica en el lugar 67, después de Sri Lanka y antes que Hong Kong, y nos da una calificación general de 6.47. Los resultados por “materia” son: procesos electorales y pluralismo, 7.92; funcionamiento del gobierno, 6.07; participación política, 7.22; cultura política, 4.38; y libertades civiles, 6.76.

 

Para una mejor perspectiva, comparemonos con otras dos “defectuosos” de América Latina: Chile –no hace mucho una dictadura militar– y Brasil –país que, al destituir a Dilma Rousseff, aún se debate si el hecho fue democracia en acción o antidemocracia institucionalizada–. La larga y flaca nación de Patricio Aylwin se ubica en el lugar 34, después de Taiwán y antes que Bélgica, y obtiene una calificación general de 7.78. La tierra del nunca presidente, Tancredo Neves, está en el puesto 51 con un 6.90 final, después de Filipinas y antes que Polonia.

 

Para no desgranar puntajes, resumo: México y Brasil ven caer su puntuación, principalmente, por la categoría de “cultura política”. Pero, ¿qué mide? Según el estudio, se valoran comportamientos que hacen sustentable la democracia: en esencia, que los perdedores acepten a los ganadores y permitan una suave transición del poder, y una ciudadanía pendiente y vigorosa –que evite que el proceso político se quede en pocas manos–. Ambos países, pues, cojeamos en estos aspectos.

 

Habiendo hablado de Estados Unidos, The Economist concluye en lo general: el Brexit ha aumentado la participación de los británicos en el plano electoral y provocado un alza en las afiliaciones a partidos políticos. El progreso democrático en Asia ha sido considerable –promedio regional en 2006: 5.44; en 2016: 5.74–, pero como continente aún está lejos de, incluso, América Latina –6.33, el promedio de zona–. Sobre ésta última, se concluye que los latinos seguimos virando poco a poco de los populismos hacia la moderación –contraviniendo la tendencia en algunas regiones–. También ha habido un preocupante debilitamiento de los procesos electorales en Europa del Este, y la África subsahariana ha progresado en participación y cultura política pero sigue sin poder consolidar instituciones electorales sólidas.

 

El panorama general expuesto por el Índice llama a la prudencia pero sin concesiones. Juego de suma cero, los demócratas sabemos que todo lo que se suelta a los arbitrarios difícilmente regresa. Al ser un régimen cuasifantasmal, sustentado en un serie de creencias intangibles y al que la gente suele atribuir más de lo que realmente logra, la democracia decepciona a muchos; pero no olvidemos que si bien ésta ha visto mejores días, también ha sufrido muchos peores. Tal vez por ello no existe un sinónimo claro de la palabra: nada ha podido definir mejor el anhelado equilibrio entre justicia como principio moral, la equidad ante lo fortuito, y la libertad de buscar nuestra propia felicidad.

 

@AlonsoTamez