Cuando uno lo da por enterrado, reaparece inesperadamente, de modo súbito, como una plaga de pirañas o una epidemia de gripa: el gran debate sobre el sexismo en la publicidad que, generalmente, es un vehículo de estereotipos.
Hace sólo unos meses, el Gobierno francés aprobó con bombo y platillo una ley para sancionar el uso de las mujeres como objetos sexuales en las campañas publicitarias, poner fin a los comerciales degradantes que a través del recurso de imágenes provocativas pretenden mover el morbo del gran público y, por ende, disparar las ventas del producto.
Además, se lanzó una campaña nacional para hacer visible el sexismo en la sociedad, ponerle nombre y dar luz a todas las iniciativas dirigidas a hacerlo retroceder.
Las leyes existen desde hace años; también la determinación de los poderes públicos. De nada sirve. Cuatro de cada 10 mujeres galas han sido víctimas recientemente de una injusticia o una humillación por pertenecer al sexo femenino, principalmente en el trabajo y en la calle, así se desprende de varios estudios.
La situación es aún más dramática en los transportes públicos. Según un informe del Alto Consejo para la Igualdad de Género en Francia, 100% de las mujeres usuarias del metro, buses o trenes ha tenido que soportar, al menos una vez en su vida, roces furtivos, miradas libidinosas y hasta manoseos.
Todo mundo se siente escandalizado, todo mundo pone el grito en el cielo al ver en la vía pública imágenes de los clichés degradantes sobre la psicología femenina y… todo sigue igual.
En marzo pasado, en plena Semana de la Moda parisina, la célebre marca gala de alta moda Yves Saint Laurent se dio el lujo de desplegar por toda la Ciudad Luz afiches en los que aparecía una joven con las piernas abiertas, eso sí, cubiertas con unas medias de rejilla y luciendo unos zapatos de tacón con rollers. Otro cartel de la misma campaña publicitaria mostraba a una modelo con las extremidades inferiores al descubierto en una postura claramente sexual.
Si la idea de la marca consistía en desatar un debate suficientemente tormentoso como para que los medios se ocuparan de él, Saint Laurent logró su objetivo con creces.
Por supuesto, las reacciones no se hicieron esperar. Enardecieron las redes sociales. Cayeron avalanchas de denuncias y quejas. Las feministas exigieron la simple y sencilla retirada de los carteles sexistas, y triunfaron.
No tardó en tomar cartas en el asunto el mismísimo Ayuntamiento de París, dirigido por Anne Hidalgo. La alcaldía prometió que no habrá nunca más publicidad sexista en las calles de la capital del glamour. Y algo más: aseguró que intervendrá antes (y no después) de la puesta en circulación de los carteles publicitarios.
Ahora, la gran incógnita está en saber cuánto durará el regaño.