A principios de mes, se hizo oficial la candidatura conjunta entre México, Estados Unidos y Canadá para organizar la Copa Mundial de Futbol de la FIFA en 2026, que sería la primera en incluir a 48 Selecciones. Tras el anuncio, hubo indignación al saber que México y Canadá sólo serían sede de 10 partidos, mientras que Estados Unidos albergaría 60. Las reacciones fueron inmediatas; una vez más, sometidos por el imperio, se confirma nuestra condición de “patio trasero”, etcétera. Me incluyo entre aquéllos que, en un primer momento, se rasgaron las vestiduras. Pero creo que, sin patrioterismos, vale la pena ver las cosas de otra manera.

 

 
Nunca ha estado tan vigente la frase pronunciada por John Foster Dulles, secretario de Estado cuando Eisenhower era Presidente: “Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses”. Es precisa; lo demás es diplomacia. Sería entonces naíf pensar que la convocatoria mundialista trilateral fue un gesto de amistad. La Federación Estadounidense de futbol sabe que tiene la infraestructura necesaria para organizar otro Mundial de manera individual. Tiene los estadios, la transportación, el alojamiento, el marketing y todo lo necesario para que la organización del evento sea un éxito. Y sabe también que es un negocio redondo. Sin embargo, es consciente también de que, si bien la afición al soccer ha crecido en los últimos años, no se le compara a la que sigue a cualquiera de otros de sus deportes estrella, y el Mundial ha dejado, desde hace mucho, de ser un torneo de equipos para convertirse en una fiesta. Y la afición mexicana, para la que el futbol es casi religión, se pinta sola para integrarse al fiestón.

 

 
Nosotros, en México, estamos en el otro lado. Soñamos con ser el primer país que organice su tercera Copa del Mundo, pero sabemos que es casi imposible. La economía no da, la violencia es una pésima carta de presentación y el “mal humor” social no lo vería con muy buenos ojos. Así que vale la pena tomar lo que nos ofrecen, aprovechar, capitalizar y hasta disfrutar lo que conlleva un proceso de este tipo. ¿Qué tenemos? Algunos estadios de primer mundo, infraestructura limitada que se podría ampliar -traer beneficios para la sociedad- y una afición incondicional. Es lo que nosotros aportaremos.

 

 
Estados Unidos lavará ciertamente su imagen al abrir e invitar a sus “socios” a la fiesta. Incorpora a Canadá -con una nula tradición futbolística- para enviar un mensaje de integración regional y suma nuestro arraigo pambolero. Pero el fin principal son los ceros, los resultados, las utilidades. México está siendo invitado a un negocio que, en otras circunstancias, no vería ni de lejos. Así que así sean 10 partidos o 15, y seamos espectadores de los encuentros menos brillantes, es una buena oportunidad. Ojalá sea una realidad.

 

 

 

Más posgrados, menos diputados

 
En la Ciudad de México vemos marchas todos los días. La del sábado no fue tan sonada, tan polémica, no hubo vandalismo ni encapuchados, pero tuvo un fin más legítimo que muchas. Con motivo de la conmemoración del Día de la Tierra, la comunidad científica salió a las calles para exigir que se destine, al menos, 1% del PIB a proyectos de ciencia y tecnología y que no se reduzcan las becas del Conacyt. Impensable convertirnos en un país de progreso y desarrollo si no se invierte en investigación científica y tecnológica.

 
Masaryk y la eterna promesa

 
Han pasado casi dos años de que se reinauguró la Avenida Presidente Masaryk, en Polanco, en la Ciudad de México. La remodelación causó polémica porque costó mucho más de lo presupuestado. Hoy podemos decir que está inconclusa. Y es que una de las promesas de los impulsores de la obra, como Miguel Ángel Mancera y el entonces delegado en Miguel Hidalgo, Víctor Hugo Romo, era que todo el cableado sería subterráneo. Al día de hoy, los cables lucen tendidos sobre postes, exactamente igual que siempre. ¿Habrá fecha de terminación de obra?