Era el 23 de abril por la noche. Faltaban escasos minutos para que la televisión francesa anunciara oficialmente los tan esperados resultados preliminares de la primera ronda de las elecciones presidenciales más reñidas de la historia de Francia.
El suspenso parecía insoportable en el cuartel de campaña del candidato socioliberal, Emmanuel Macron, donde me encontraba en medio de un auténtico bosque de banderas francesas y miles y miles de militantes y seguidores del prodigio de la política francesa, ataviados con camisetas del partido En Marcha, que creó su campeón hace apenas un año.
Todos teníamos la mirada clavada en las grandes pantallas instaladas en la sala, que transmitían la “soirée électorale”, una especie de misa solemne en la muy laica Francia.
“Cinco, cuatro, tres, dos, uno…”, hasta que por fin terminó la tensa cuenta regresiva. En la imagen aparecieron de pronto dos figuras y dos cifras: Emmanuel Macron 24%, Marine Le Pen 21.4%.
El recinto estalló en júbilo, hubo gritos, lágrimas de emoción, música electropop, baile, fiesta y alaridos unánimes: “¡Hemos ganado!”, “¡¡¡Macron, Presidente!!!”. Entrevistados por nosotros, los asistentes, en su inmensa mayoría jóvenes golden boys estilo start up, nos decían que la victoria de su ídolo era una espléndida ocasión de refundar el sistema bipartidista francés, ya obsoleto, de poder rediseñar la política en Francia sin olvidar relanzar el motor europeo franco-alemán.
Una hora después apareció en el recinto el ganador acompañado de su esposa Brigitte. Ante una multitud en éxtasis pronunció un discurso de corte presidencial exhortando a frenar el avance de la ultraderecha de Le Pen. “Deseo convertirme en su Presidente dentro de 15 días, el Presidente de todo el pueblo de Francia, el Presidente de todos los patriotas frente a la amenaza de los nacionalismos”. Estas palabras de Macron fueron escuchadas religiosamente en todos los hogares del país, llegaron hasta el sitio más recóndito de Europa, una Europa en crisis, que contenía la respiración ante la incierta votación del domingo.
Han transcurrido varios días desde aquella agitada noche electoral. Se impuso la visión europeísta, liberal, proglobalización sobre el futuro de Francia y el mundo, pero no hay que perder de vista que la nacionalpopulista Marine Le Pen se situó sólo poco más de dos puntos por debajo de Macron y es poseedora de 7.6 millones de votos, un récord absoluto para el Frente Nacional en unos comicios presidenciales.
Le Pen no tardó en cargar contra su rival: “Hay que librar al pueblo de sus élites arrogantes. El gran desafío de estas elecciones es la globalización salvaje que pone en peligro a nuestra civilización”, lanzó la líder ultraderechista desde su feudo electoral en el norte de Francia. Su discurso cala hondo ante los decepcionados del establishment que, según millones de franceses, está instalado en el autismo.
Los principales partidos galos, socialistas y conservadores gaullistas llamaron inmediatamente a sus electores a votar por Macron el 7 de mayo para frenar el auge de Le Pen.
Lo que está claro es que Macron no triunfará “a la soviética” en su duelo final con la ultraderecha como lo hizo Jacques Chirac frente a Jean-Marie Le Pen (padre de Marine) en 2002.
Bajo la batuta de Marine Le Pen, el Frente Nacional quedó totalmente “desdiabolizado”. Ya a nadie le da vergüenza decir públicamente que ve en Le Pen la única salvación para Francia, amenazada cada vez más, según sus fans, por la gangrena del islamismo radical, el desempleo galopante y olas incontrolables de migración.
Macron se presenta como candidato antisistema, en realidad –los franceses están muy conscientes de ello- este antiguo secretario general adjunto del Elíseo, ex banquero de Rothschild y ex ministro de Finanzas de François Hollande (su principal mentor) es la encarnación misma del sistema, con estrechos vínculos con las élites políticas, financieras y mediáticas. Eso sí, con un rostro joven, personalidad afable, modales impecables y brillantez intelectual.
El alivio recorrió los mercados bursátiles, el euro subió como la espuma, sólo
que estos datos les dicen poco a la llamada “Francia de abajo”: obreros, campesinos, desempleados, todos los que se consideran grandes perdedores de la globalización.
Los sondeos nos anuncian la victoria de Emmanuel Macron en la segunda y definitiva vuelta electoral el 7 de mayo, y que con sus 39 años, el líder del movimiento En Marcha se coronaría como el Presidente más joven de la historia del país galo.