El jueves 11 de marzo de 2004, a las 7:30 de la mañana, me afeitaba mientras escuchaba la radio. Un compañero periodista informaba de las últimas actividades que había realizado José Luis Rodríguez Zapatero en calidad de candidato a la Presidencia, en unas elecciones a las que estábamos convocados cuatro días más tarde.
La voz monocorde de la crónica se vio interrumpida por el locutor que anunciaba que había una última hora. Unas bombas habían estallado en unos trenes en las cercanías de la estación madrileña de Atocha. Segundos más tarde fue otra bomba y luego otra más. Las noticias eran tan confusas como desalentadoras. Mi única obsesión era llegar cuanto antes a la oficina para ir a reportear. El número de muertos y heridos no paraba de crecer ante la incredulidad de la ciudadanía española, que, por primera vez se dio cuenta de lo vulnerable que podía ser.
Conocíamos el terrorismo de ETA. Sin embargo, no era su modus operandi. ETA no cargaba contra la población civil. No. En esta ocasión había un olor a yihadismo como supimos horas más tarde.
Las encuestas situaban al conservador Partido Popular como claro vencedor. Pero la reivindicación de Al-Qaeda cambió el panorama radicalmente. El terrorismo islamista dejaba muy claro que los atentados los había realizado como consecuencia de la participación de España en la guerra de Irak.
Una cinta de video que dejaron en los alrededores de una famosa mezquita de Madrid reivindicaba el atentado y, con ello, la defunción del Partido Popular para ganar las elecciones, que se iba a celebrar tres días más tarde. La lectura de la ciudadanía era que si España no hubiera participado en esa guerra, no se habría producido dicho atentado.
El socialista José Luis Rodríguez Zapatero venció las elecciones. Los españoles prefirieron a un Presidente de Gobierno neófito, pero que no había engañado. Todavía el presidente Aznar repetía insistentemente que el atentado había sido obra de ETA, cuando ellos mismos sabían que se trató del terrorismo yihadista.
Aquello ocurrió hace 13 años. Sin embargo, la historia se repite.
Dentro de muy pocos días se celebrará la segunda vuelta de las elecciones de Francia. El joven político centrista Emmanuel Macron, le saca puntos de sobra a su contrincante Marine Le Pen. Ella y su partido, el Frente Nacional, representan el oscurantismo, la dictadura; preconizan el proteccionismo francés por encima de todo y pretende salir del euro y de la propia Unión Europea. Sería el rejón de muerte para el resto de los países de la Unión si ganara Marine Le Pen. Gran Bretaña está prácticamente fuera y si también lo hiciera Francia, dinamitaría al resto de los socios del club.
Marine Le Pen está a favor de expulsar a los extranjeros, especialmente musulmanes, y no dejar entrar a la emigración apelando a la seguridad. Ese discurso cala en el electorado.
Se imaginan un atentado en algún punto neurálgico de Francia, de París. ¿Qué ocurriría si el DAESH realizara un atentado a gran escala en algún punto emblemático de Francia? ¿Cambiaría el resultado electoral?
Quedan pocos días para las elecciones. Francia es un lugar predilecto para atentar. Las Fuerzas de Seguridad del Estado Francés se encuentran en máxima alerta. Pero no podemos olvidar que el Estado Islámico golpeará en cualquier momento y lo hará donde más duela.