La Generación X, sobre todo la que vivió su adolescencia durante la parte final de los años 80 y la primera mitad de los 90, acaba de perder a uno de sus músicos más representativos: Chris Cornell, vocalista y líder de Soundgarden, una de las bandas que definió el género del grunge, mismo que le dio voz a miles de personas durante la época post Guerra Fría, particularmente en Estados Unidos.

 

Tal fue el impacto del grunge que el cineasta Cameron Crowe realizó –antes de volverse famoso por Jerry Maguire- la cinta Singles (1992), en la que retrata la vida de Seattle y su entorno social y cultural, y en la que Cornell tiene una importante escena al lado de Matt Dillon. Años después, el propio Cornell formó parte del relanzamiento de la franquicia fílmica de James Bond al interpretar You Know My Name, tema principal de Casino Royale, el debut como 007 de Daniel Craig.

 

Es por ello, además de su ahora legendario legado como líder de Soundgarden y Audioslave, que la partida de Cornell impacta por varias razones, pero las principales son dos: por lo inesperado de la misma (tenía apenas 52 años de edad) y porque con él se va la tercera de las cuatro grandes leyendas que ha tenido el también denominado Sonido de Seattle: Kurt Cobain (Nirvana), Scott Weiland (Stone Temple Pilots) y Eddie Vedder (Pearl Jam). Si bien la banda de Weiland no era originaria de Seattle, tuvo una mayor repercusión a nivel popular que Alice in Chains, cuyo líder, Layne Staley, murió en 2002 después de una larga lucha contra las adicciones.

 

Y es que todo pareciera indicar que el destino de Cobain, Weiland, Staley y ahora Cornell está ligado a la esencia misma del grunge: indolencia, falta de motivación, angustia, introspección, enajenación social, apatía, desesperanza… No es un secreto que el grunge es, básicamente, depresivo, quizá como respuesta de esa generación al estrés provocado por la Guerra Fría, a la cultura yuppie, a la recesión económica o a la simple falta de oportunidades que se dieron en su momento, particularmente en Estados Unidos.

 

Nirvana fue la banda responsable del boom del grunge, que pasó de ser un movimiento underground en Seattle a escucharse con buena rotación en las estaciones radiales, gracias en particular a su disco Nevermind. A ellos le siguieron Vedder y Pearl Jam, pero fueron Cornell y compañía quienes les pavimentaron el camino y pusieron las bases de lo que sería no sólo un movimiento musical surgido del aislamiento de una ciudad (Seattle) del resto de la Unión Americana, sino una subcultura que apostaba por la veracidad, por lo auténtico, aunque en el fondo clamaba por ayuda.

 

No es coincidencia (o si lo es, se trata de una muy macabra) que quienes le dieron voz a la angustia de una generación y lograron poner al grunge en el ojo (y oídos) del público, hayan muerto como consecuencia indirecta de, justamente, las preocupaciones o miedos que reflejaban en sus letras: Cobain se suicidó con una escopeta (aunque la leyenda urbana diga que fue su entonces esposa, Courtney Love, la responsable) y Weiland y Staley fueron hallados muertos a consecuencia de sus adicciones.

 

En el caso de Cornell, el creador de Black Hole Sun y Spoonman seguramente tenía algún demonio interno que lo atormentaba y al que nunca pudo vencer, pues son bien conocidas sus declaraciones relacionadas con su lucha contra el alcohol y el abuso de pastillas. Sin embargo, desde 2002 no bebía, en 2009 se sometió a rehabilitación y aparentemente todo le estaba saliendo bien: el año pasado realizó una gira conmemorativa de los 25 años de su grupo Temple of the Dog, acababa de iniciar gira con Soundgarden en abril pasado (y planeaba grabar un nuevo disco con la banda), vivía tranquilo –aparentemente– en Florida con su esposa e hijos y tenía varios planes en puerta.

 

¿Qué pasó por su cabeza la noche del 18 de mayo después del concierto que dio en el Fox Theatre de Detroit para tomar la determinación de ahorcarse? Nadie lo sabrá. Su esposa comentó, en las horas posteriores a su muerte, que no tenía depresión ni tendencias suicidas. ¿Entonces? ¿Fue un acto impulsivo provocado por alguna sobredosis de drogas o exceso en la bebida, o por una especie de maldición que ha cobrado la vida de las grandes leyendas del grunge?

 

No deja de llamar la atención que la última canción que Chris Cornell interpretó en vida haya sido In My Time of Dying, de Led Zeppelin, la cual queda ahora casi como una fatídica carta de despedida: “En el tiempo de mi muerte, no quiero que nadie me llore. Todo lo que quiero es que lleven mi cuerpo a casa…” Descanse en paz, Mr. Cornell.

 

aarl