La política nos ha enseñado a que, en tiempos de campaña, todo puede ser utilizado como botín político. Desde lo elemental hasta lo impensable. Los “aspirantes” -como se les llama elegantemente- y sus estrategas incorporan a su agenda temas que pueden resultar trascendentales, pero que son abordados con ligereza y que derivan en propuestas superficiales o en discursos vacíos. De sobra sabemos que pocas de las cosas que se discuten en campaña llegan a materializarse tras una elección.

 
Eso sucede con el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde luego, sería absurdo negar la necesidad de un nuevo aeropuerto para la capital del país. Hace varios años que el actual quedó rebasado por las necesidades mismas de la ciudad y de la nación. Y, más allá de la limitada funcionalidad, seamos sinceros: recibir turistas extranjeros en modernas aeronaves a través de las salas de la Terminal 1 resulta francamente vergonzoso.

 
Botín político

 
A pesar de todo esto, el tema de la construcción del NAICM es motivo de acusaciones entre las fuerzas políticas, en el marco de las campañas. Si hablamos sobre el Estado de México, la ex alcaldesa de Texcoco -lugar en el que ya se construye la nueva terminal- y candidata de Morena, Delfina Gómez, ha tenido problemas para sortear los cuestionamientos y descalificaciones en torno al tema. Y es que, a decir de su jefe, Andrés Manuel López Obrador, éste la ha “instruido” para que, de llegar a gobernar territorio mexiquense, deberá pedir al Gobierno federal que se cancele la construcción. Delfina ha matizado su discurso argumentando que el proyecto “deberá ser revisado” y que ella no tiene facultades para cancelarlo. Es cuidadosa para no comprometer una posición en un tema tan complejo y en un momento determinante rumbo a la elección del 4 de junio. Es cierto, quien gobierne el Estado de México no tendría manos para cancelar una obra federal, pero sí podría movilizar grupos sociales que obstaculicen el desarrollo de la obra.

 
Pero rebasando la esfera mexiquense, López Obrador -en campaña presidencial permanente- ha tomado también el proyecto aeroportuario como estandarte político rumbo a 2018. Envuelto en la bandera de la austeridad, ha calificado como un “despilfarro” la inversión de casi 170 mil millones de pesos que conlleva la obra, la cual ha calificado de faraónica, y ha dicho que es mejor adaptar la base de Santa Lucía, de la Fuerza Aérea Mexicana, para que opere vuelos internacionales y dejar que el actual mueva conexiones domésticas. Ha dejado claro que si Morena llega a Los Pinos, ordenará detener la construcción.

 

 

Técnica y demagogia

 
Técnicamente, especialistas descartan la viabilidad de Santa Lucía para un aeródromo comercial de tales dimensiones y nivel de operaciones, debido a que ambas comparten espacio aéreo y no podrían operar tal cantidad de vuelos simultáneamente. Además de la dificultad para transportar a los pasajeros que aterricen en un aeropuerto y que deban tomar un vuelo en el otro. Los terrenos en los que se construye el nuevo aeropuerto cuentan con las dimensiones adecuadas, y están orientados para conectar con las aerovías. Esta tierra no es apta para la agricultura y si bien la firmeza no es su cualidad principal, la utilización de varias capas de tezontle otorgará la estructura de suelo adecuada. En pocas palabras, es una de las escasas oportunidades que la Ciudad de México tiene para contar con un aeropuerto de nivel internacional, acorde a lo que se busca como país.

 
Los desarrolladores advierten sobre los conflictos sociales, legales y económicos que podrían surgir en el caso de una eventual cancelación, tomando en cuenta el avance que el proyecto presentaría en diciembre de 2018. Pero uno de los mayores riesgos es el seguir estancados con un aeropuerto mediocre. Hay temas que van más allá de una elección, y que no pueden ser abordados con tal superficialidad y que no deben convertirse en un botín político, porque éstos son, justamente, los puntos desde donde parte la demagogia.