Y el mentado “pop con propósito” nunca llegó. Hace unas semanas, justo antes de que lanzara el segundo sencillo de su nuevo disco, me preguntaba en esta columna que dónde estaba Katy Perry, pues aparentemente la cantante californiana había perdido la brújula no sólo en lo musical, sino en lo personal y en la imagen que estaba dando con decisiones cuestionables, declaraciones controvertidas y, en general, daba la impresión de haber perdido el rumbo y que trataba de mantenerse vigente a cualquier precio, aunque fuera por las razones equivocadas.
Y tal parece que no me equivoqué en mi apreciación. Desde la publicación de aquella columna a la fecha, lo único medianamente relevante que ha hecho Perry es haber participado en el concierto One Love Manchester, organizado por Ariana Grande para recaudar fondos para las víctimas del atentado terrorista perpetrado después del concierto de Ariana en la Manchester Arena.
Pero nada más, pues a nivel musical le ha ido peor de lo que quizá esperaban propios y extraños. Primero, el lanzamiento del tema Bon Appetit fue duramente criticado por su alto contenido sexual en forma de alegoría con la comida (la frase “spread like a buffet” quizá sea la peor en la historia del pop) y por tener la colaboración del trío rapero Migos, también envuelto en controversia por las declaraciones homofóbicas de uno de sus integrantes. ¿El resultado? A la gente no le interesó, y a pesar de sus toques de avant garde europeo, el puesto más alto que alcanzó en Billboard fue el 59 (en contraparte, el primer sencillo de su nuevo disco, Chained to the Rhythm, alcanzó el número 4, aunque cayó estrepitosamente una semana después).
Tres semanas después, en una visible muestra de desesperación por volver a impactar, lanzó el tercer sencillo de Witness –que hoy es lanzado a nivel mundial-, Swish Swish, en el que vuelve a incluir líneas de rap, ahora a cargo de Nicki Minaj. Y nuevamente, otro fracaso que sólo alcanzó la posición 46 de Billboard. Para alguien como Perry, acostumbrada a ser la máxima diva del pop de la actualidad y a tener sus temas al menos en el Top 10, las señales de alarma están más que encendidas.
La cantante lanza hoy su nuevo álbum, Witness, primero en cuatro años y en el cual queda claro que la Katy Perry de antaño -que se divertía con canciones pop completamente festivas (Last Friday Night, California Gurls, International Smile), que provocaba con insinuaciones sexuales (I Kissed a Girl, Peacock, Birthday) o que se convirtió en ícono para millones de chicas con sus temas de empoderamiento femenino (Firework, Part of Me, Roar)- ya creció y, en aras de tratar de seguir siendo relevante, pasó de ser la chica californiana de las fiestas a ser una aburrida mujer de 32 años.
Si bien es cierto que no podía mantener mucho tiempo su imagen multicolor de la niña-buena-que-se-porta-mal, y que siempre es válido tratar de reinventarse, en Witness parece dar el mensaje de que está atravesando por una crisis de identidad en la que no sabe exactamente qué es lo que quiere ser. De los 15 temas que conforman el disco, prácticamente no hay coherencia temática entre ellos, ni uno que pueda llegar a los niveles de sus anteriores trabajos. Los tres sencillos que ha lanzado no han funcionado, y del resto… se salvan quizá dos o tres, entre ellos Deja Vu, Witness y Pendulum, así como la balada Into Me You See.
Incluso, la mentada “nueva era de pop propositivo” que tanto anunció tras lanzar Chained to the rhythm, está completamente ausente. No hay más declaraciones ni intentos de crítica social que lo que hizo veladamente en el mencionado tema. Lo que hay es una Katy Perry ansiosa, medianamente reflexiva y con cierta carga de coraje contenido.
Parte de esa pérdida de identidad musical viene de no haber trabajado nuevamente con el productor Lukasz Gottwald, mejor conocido como Dr.Luke, principal arquitecto del éxito de Perry desde su álbum de 2008, One of the Boys, y que justo después del lanzamiento de Prism cayó en la ignominia tras las acusaciones en su contra realizadas por la cantante Kesha, quien lo acusó, entre otras cosas, de asalto sexual, violencia de género y acoso profesional, entre otras cosas.
Aunque Perry mantiene su colaboración con el superproductor sueco Max Martin (creador de éxitos para artistas como Backstreet Boys, Britney Spears, Céline Dion, Kelly Clarkson, Christina Aguilera, Ariana Grande y Taylor Swift, entre otras), es evidente que sin la aportación de Dr. Luke el sonido de Perry languidece en cuanto a la fórmula que tenía para gustar a nivel popular.
Así las cosas, Witness es un álbum bien producido, con un sonido electro-europeo con el que Katy Perry intenta manifestar las inquietudes que la agobian en fechas recientes (su vida amorosa, el fracaso de Hillary Clinton en las pasadas elecciones de EU, su pleito con Taylor Swift, etcétera), pero sin la chispa y la diversión que la convirtieron en superestrella. Quizá, al igual que el título de uno de los temas de su álbum de estreno (Save as Draft), Witness debería haber sido dejado así: salvado simplemente como un borrador. La reinvención real de Perry vendrá, esperemos, más adelante.
aarl