En las pesadillas de todo aficionado al futbol, siempre hay un futbolista alemán al que resulta imposible vencer.

 

Por muchas décadas no fueron los más técnicos ni los más rápidos, pero mientras que el resto jugaba, ellos sobrevivían –lo que en términos deportivos se traduce en ganar.

 

Su leyenda futbolística empezó en el Mundial de 1954; cuando Alemania no terminaba de levantarse del desastre de la Segunda Guerra Mundial, cuando se veía avergonzada al espejo, cuando vivía entre los escombros a los que le llevó su fanatismo, cuando se resignaba a que su territorio se partiera en cuatro sectores y luego en dos bloques ideológicos. Cuando todo eso acontecía, se coronó por primera vez y lo hizo ante el mejor equipo que hasta entonces había existido. La Hungría de Puskas, Kocsis, Bozsik, era mucho mejor y ya lo había demostrado al meterle ocho goles en la primera ronda. Llegada la final, los magiares padecieron lo que generaciones y generaciones padecerían: ir ganando y verse remontados, saberse superiores y no poder demostrarlo, notar que ese Sturm und Drang (“tormenta e ímpetu”, nombre de un movimiento artístico) podía más que el mejor trato al balón.

 

Eso mismo experimentaría después la Holanda de Cruyff en 1974, la Francia de Platini en 1982 y tantos más equipos preciosistas.

 

Ya frente a la selección, ya frente a algún exponente de la Bundesliga, derrotar a los alemanes estaba al alcance de pocos. De ahí a la reiteradísima frase de Gary Lineker, el camino no requirió de escalas, porque era evidente que ese juego estaba hecho para su gloria.

 

El colmo pudo ser en Corea Japón 2002: quizá nunca hubo representativo teutón más limitado, insípido e incomprensiblemente invencible, que ese que fue subcampeón mundial. Sólo que, expertos en el arte de la autocrítica, entendieron que algo efectuaban mal y sacudieron desde 2004 todo su aparato de generación de talentos.

 

Desde entonces se han disputado tres Mundiales y tres Eurocopas, en los que por lo menos han alcanzado las semifinales. A todos los rasgos ya descritos de estoicismo, sagacidad, perseverancia, fuerza mental, la Mannschaft ha añadido un desempeño estético, creativo, dinámico, alejado de los viejos paradigmas de mandar a delanteros-panzer a entrar atropellando al área.

 

Una de sus claves, según me explicaba el director de selecciones Oliver Bierhoff, es tomar diferentes elementos de las minorías que componen hoy el mosaico alemán, diversidad traducida en calidad, multiculturalidad que según Angela Merkel fracasó como modelo social, pero no en el futbolístico que encabeza Joachim Löw.

 

Su producción de futbolistas hoy es tal que ha prescindido para la Confederaciones de varios estelares y aun así ha formado un equipo competitivo; mismo caso, su selección sub-21 está en la final de la Eurocopa de la categoría, incluso sin siete elementos de la edad que fueron cedidos para la Confederaciones.

 

Dicho todo lo anterior, y por mucho que este jueves el Tri no se enfrente a la mejor de las Alemanias hoy posibles, queda clara la dificultad.

 

Si cuando no jugaban demasiado ya propiciaban pesadillas, asimilemos lo que acontece hoy, cuando siguen con éxito un soberbio proyecto futbolístico y tratan la pelota con brillantez.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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