Hay dos noticias que mientras a Donaldo Trump le llevan a un estado de excitación, a mí me conducen a la melancolía. Por una parte, la Corte Suprema de Justicia le ha dado la razón, aunque sea de manera parcial a Trump, en una ley para vetar la entrada de inmigrantes de seis países islámicos.
Además, esta ley sigue poniendo trabas a la inmigración en general.
Los ciudadanos de estas seis naciones están señalados con el dedo acusador del Tío Sam. Yemen, Libia, Somalia, Irak, Sudán y Siria son países proscritos por la nueva administración de Donaldo Trump.
Ningún ciudadano de estas seis naciones puede entrar a Estados Unidos a menos –y ahí está la salvedad- que tengan lazos de trabajo, académicos o familiares. Sin embargo, esos lazos familiares se circunscriben a las relaciones entre padres e hijos, pero no entre abuelos y nietos.
Además, eso es en la actualidad. Cuando promulgó la ley, allá por el mes de marzo, creó un muro de acero virtual. Su controvertida ley dio lugar a que familias musulmanas arraigadas en Estados Unidos quedaran divididas, al no poder ingresar al país algún miembro familiar. Claro, hubo protestas. Dos tribunales anularon el decreto o, más bien, la imposición dictatorial de Trump.
Pero sigue siendo una vergüenza, porque no sólo alcanza a ciudadanos de esos seis países. Su lucha contra la inmigración está golpeando arduamente a millones de familias mexicanas asentadas en Estados Unidos desde hace muchos años. Lo único que han pretendido esas familias es trabajar honradamente para enviar sus remesas a México. Esos millones de mexicanos han contribuido a sacar a la nación adelante. Se vea por donde se vea, las leyes de inmigración de Donaldo Trump representan un insulto.
Otro oprobio sigue siendo el Obamacare y su posible derogación. Donaldo ha conseguido mantener contento al lobby farmacéutico y al de las aseguradoras.
La sanidad en Estados Unidos no es un bien común. Se trata de uno de los negocios más lucrativos y pingües que existen.
El presidente Obama y antes Clinton lucharon contra viento y marea para conseguir una sanidad que pudiera beneficiar a los más vulnerables, a los más desfavorecidos, a los más excluidos de la sociedad. El Obamacare le otorga un cobijo mínimo sanitario a algo más de 22 millones de personas. Querer suprimir este avance, en un país donde a la sanidad se le ha prostituido a base de lobbies, resulta de una obscenidad a un grado superlativo.
El Obamacare estaba proyectado para los más pobres, para los marginados y excluidos, para los que no encuentran trabajo y enfermar es una sentencia de muerte en una nación donde el sistema privado sanitario es un lujo.
Podría haber hecho restricciones en Defensa, aunque está muy ocupado en ese asunto, es su obsesión –comprensible por otra parte- con el terrorismo del DAESH y las rabietas de Corea del Norte. Podría haber realizado restricciones en cualquier otro rubro. Sin embargo, la educación, el medio ambiente y la sanidad son tres pilares fundamentales en una sociedad que dice ser moderna.
Precisamente, la salud y el medio ambiente son los dos rubros de la sociedad que más está castigando Trump, ese gran estadista llamado Donaldo Trump.
aarl