El inicio de la temporada de lluvias se ha dejado sentir con todo en la Zona Metropolitana del Valle de México. Un año más de inundaciones, autos flotantes y caudalosas avenidas. Desde luego, no existe sorpresa en esto. Sabemos, desde hace tiempo, que la infraestructura hidráulica de la ciudad está rebasada y que los ciudadanos no ayudamos en nada al tirar basura y desperdicios en donde nos da la gana. Ante esto, ¿debemos los nuevos “mexicas” (adoptando el nuevo y espantoso gentilicio) acostumbrarnos a que la ciudad colapse cada vez que Tláloc se ensañe un poquito más de la cuenta con nosotros?
Debo decirles, sobrevivientes capitalinos que, como luce el panorama, será mejor irnos acostumbrando.
Si bien siempre es posible realizar obras de mejoramiento en el sistema hidráulico, la factibilidad es mínima debido a que los recursos no alcanzan. La infraestructura actual es vieja; los colectores de la ciudad tienen, en promedio, más de 50 años y casi la mitad ha sido diagnosticada “en malas condiciones”, y algo similar sucede con las miles de alcantarillas taponadas; las presas de control para regular escurrimientos, construidas en la década de los 40, han sido invadidas por viviendas y desarrollos, al igual que las barrancas, que deberían ser zonas naturales de descarga; los tubos que conducen el agua de lluvia tienen una capacidad de 30 milímetros, cuando varias de las precipitaciones que se han presentado esta temporada han superado los 50 y, desde luego, la capacidad del drenaje tiene un límite que se ha visto rebasado en reiteradas ocasiones. En una entrevista, Ramón Aguirre Díaz, quien lleva el complejísimo tema del agua en la Ciudad de México desde 2007 y conoce a fondo las entrañas del monstruo, advierte de una inversión aproximada de 10 mil millones de pesos para evitar colapsos en la metrópoli tras una tormenta, pues no sólo se trata de construir las adecuaciones necesarias -de por sí costosas-, sino de dar el mantenimiento necesario a cada zona de la ciudad.
La aprobación de un presupuesto de ese tamaño es improbable no sólo porque se trata de un platal, sino porque son obras que, si bien resultan prioritarias para cualquier ciudad, simplemente no “lucen”; es decir, no están ahí para mostrarse y los funcionarios no pueden presumirlas -ya demostraba Uruchurtu que vende más un ciento de gladiolas que una planta de bombeo-. Sin embargo, los recursos destinados por la Federación a través de la Conagua y el Gobierno capitalino al rubro hidráulico no sólo no se han incrementado, sino que se han recortado en, aproximadamente, 70%. No se comprende cómo puede venir un recorte de este tamaño a una cartera que debería ser considerada como materia de seguridad nacional.
Por ello, las perspectivas no son alentadoras. El problema es recurrente y las lluvias “atípicas” cada vez son más típicas. La Ciudad de México se inunda groseramente y, al mismo tiempo, debemos considerar que en un par de décadas podría haber desabasto de agua potable, más allá de las zonas a las que hoy, simplemente, no les llega. Son las particularidades que debemos sortear como nuevos “mexicas” y los retos urgentes de nuestros poco capaces tlatoanis.
Para comentar
No sorprende, pero no deja de ser digno de mencionar, el trapecismo de algunos personajes que ven negocio en la política, dejando de lado lo que los letrados llaman “ideología”; Lino Korrodi, ex amigo de Fox, es ya amigo de AMLO y se sube a su barco; el que ya va a bordo es Manuel Bartlett, quien 29 años después tuvo un brote de honestidad democrática y admite que Salinas no ganó en 1988, pero que él no hizo nada; a ver si su intento de recargón al PRI no le rebota al líder de Morena, su ahora aliado.
aarl