Gracias a que en las redes sociales prácticamente cualquier cosa se hace viral, ayer miles de personas se fueron con la finta y celebraron el Día Mundial del Rock. En realidad no existe tal fecha, pues ese famoso día sí se celebra, pero sólo en Brasil, donde a mediados de los 90 un par de estaciones de radio comenzó con dicho festejo, aunque no dudo que pronto se convierta en una realidad y se conmemore en todo el mundo.
La idea del World Rock Day surgió porque fue justo el 13 de julio de 1985 cuando se llevó a cabo el ahora legendario Live Aid, el magno concierto organizado por Bob Geldof que se llevó a cabo, de manera simultánea, en Londres y en Filadelfia, y que tenía como finalidad el ayudar a mitigar la hambruna que en ese entonces azotaba a Etiopía. De hecho, el primer esfuerzo multiestelar para ayudar a esto fue la grabación del sencillo Do they know it’s Christmas?, de Band Aid, que en diciembre de 1984 reunió –gracias a Geldof- a la crema y nata de la música británica y que se ha convertido en un clásico (posteriormente vino la respuesta estadounidense con USA for Africa y el comercialísimo tema We are the world).
Para los que vivimos Live Aid en su momento, la sola idea de tener reunidos en un mismo escenario y bajo una misma bandera a artistas y grupos como The Who, Status Quo, Led Zeppelin, Dire Straits, Queen, Joan Baez, David Bowie, BB King, Mick Jagger, Sting, Scorpions, U2, Paul McCartney, Phil Collins, Eric Clapton y Black Sabbath era un sueño. Hay que recordar que era una época en la que no existía el Internet, ni las redes sociales, ni YouTube, así que la única manera de poderlo disfrutar, al menos en México, fue a través de las transmisiones de radio y su posterior transmisión por televisión, o si se tenía antena parabólica, pues se podía ver en vivo.
La idea de Geldof era plausible: crear conciencia acerca de la problemática alimentaria y social que ocurría en África, y qué mejor que varios de los artistas más famosos del mundo en ese momento para hacerlo. El rock, como era su sello, salía a decirle al mundo qué era lo que estaba mal y que tenía que despertar de su letargo y ayudar al prójimo. Por supuesto, la hambruna en Etiopía y en todo el llamado Continente Negro no se acabó gracias a un concierto, pero el evento dejó muy en claro el poder y el alcance que tenía ese género musical. Era la época en la que el rock importaba.
El problema –y aquí seguramente muchos estarán en desacuerdo, pues es un tema que da no sólo para una columna, sino para todo un estudio más a profundidad- es que el rock ha perdido su esencia, ha perdido identidad. De alguna manera, el género que ha dado a varios de los artistas más icónicos en la historia de la música contemporánea ha perdido fuerza y se ha visto rebasado, en más de un sentido (político, social, económico, de impacto), por aberraciones como el hip-hop, trip-hop, reggaetón y demás híbridos de géneros que venden millones, son escuchados en todo el mundo (¿alguien dijo Luis Fonsi y Despacito?), pero simple y sencillamente no tienen ni alma ni trascendencia.
El rock, desde su inicio como rock and roll en la década de los 50, siempre ha sido el género contestatario, el que protesta, el que busca romper esquemas y tradiciones y el que refleja, quizá mejor que ningún otro, la sociedad de su época. Para muestra, varios botones: ya fuera Elvis Presley y su rebeldía al status quo estadounidense moralino y conservador de los 50; la protesta contra la guerra, la sociedad y la apertura a una nueva época de Creedence Clearwater Revival, The Rolling Stones, The Who, Bob Dylan o The Beatles en los 60; la crítica con niveles de virtuosísimo del rock progresivo (ELP, Yes, King Crimson, Rush, Marillion), o los tintes depresivos, melodramáticos y operísticos de Queen o Pink Floyd en los 70; el rechazo al terrorismo, capitalismo excesivo y neoliberalismo de U2, Metallica o Guns ‘N Roses durante los 80; o la angustia emocional, psicológica y neoliberal de los 90 con Nirvana, Pearl Jam, Stone Temple Pilots o Green Day.
Pero del año 2000 a la fecha, si bien existen bandas que tienen su nicho y su importancia como Paramore, System of a Down, los Yeah Yeah Yeahs, The Strokes, Coldplay, Arcade Fire o The Killers, la realidad es que ya no tienen el impacto de las agrupaciones de antaño. Si acaso Muse (aunque viene desde finales de los 90, Bellamy y compañía se han convertido en referente del nuevo milenio) y párenle de contar. Y me refiero al tipo de rock del que inicié hablando en este texto. ¿Será acaso que ahora ya no hay nada por lo que protestar, nada a lo qué responder? ¿Se han terminado las buenas propuestas? Tal parece que, dentro de la escena rock, ya casi nadie levanta la voz contra nada, ni contra el sistema, ni contra los medios…
Ahora existe una cantidad impresionante de música producida, pero gracias a que casi cualquiera que tenga una buena laptop o unas buenas apps lo puede hacer. Y suenan bien. El asunto es que no hay un movimiento rockero que caracterice al nuevo milenio. Se han dado intentos, como las bandas surgidas de la escena neoyorquina a principios de los 2000 (The Strokes, Interpol), pero, en general, ese impacto se ha diluido gracias a la maquinaria popera de productores como Dr. Luke o Max Martin, o a esas odas al sexo fácil, la ignominia y la estulticia que presentan “artistas” como Daddy Yankee, Maluma, Fonsi, Pitbull y compañía.
¿El ocaso del rock es, acaso, una señal del descenso en el nivel cultural de las personas a nivel global? Puede ser. O puede que no. Como mencioné líneas arriba, es un tema largo y complejo, pero es un hecho que el rock ha perdido la fuerza de antaño. Sí, ayer se celebró el Día Mundial del Rock gracias a lo que hicieron hace 32 años un grupo de personas en una época en la que el rock, en verdad, importaba y trascendía. De nosotros depende que no muera.