Los sondeos nos anuncian lo que se palpa en el ambiente: el fin de la borrachera. En Francia la euforia duró poco, menos de dos meses y medio, lo que lleva en el poder el joven y flamante mandatario galo, capaz de despertar una fascinación sin límites en todo el mundo libre, huérfano de líder tras el Brexit y el cambio de paradigma en la política estadounidense.

 

Al frenar el auge del temible nacionalpopulismo, Macron hizo que un suspiro de alivio recorriera Europa. Deslumbró a Vladimir Putin y a Donald Trump en los recintos pensados para impresionar, los emblemas más esplendorosos del poderío francés. La “macronmanía” se dejó sentir en los grandes foros internacionales donde la mera presencia del nuevo inquilino del Palacio del Elíseo arrancaba suspiros. Todo mundo quería saludar al político más “cool”, culto, moderno, cosmopolita y carismático del momento, al hombre que con sólo 39 años tomó las riendas de la quinta potencia del planeta con un discurso portador de esperanza y optimismo en medio de un país hundido en la desilusión.

 

En pocas semanas, el nuevo Jefe del Estado galo logró reforzar la imagen exterior de su país, que antes del mes de mayo aparecía como el centro del estancamiento económico, yihadismo occidental y de enfrentamientos identitarios.

 

Pero si en el plano internacional Macron causaba sensación, en la escena doméstica los ánimos empezaban a desinflarse.

 

Hace unos días apareció el diagnóstico oficial. El Instituto IPSOS realizó un sondeo que apunta a que la popularidad del mandatario registró una caída de 10 puntos porcentuales en solo un mes, pasando de 64% a 54% de opiniones positivas. Actualmente, 43% de los franceses -señala el estudio de IPSOS- se muestra descontento con la actuación de Macron, 8% más que en junio.

 

Estamos frente al retroceso más vertiginoso para un recién entronizado Jefe del Estado galo desde 1995. Entre mayo y julio de aquel año, el entonces nuevo presidente Jacques Chirac vio caer su popularidad en 15 puntos.

 

¿Qué ha sucedido?

 

Los galos ven con gran inquietud los anuncios del gobierno de Macron sobre temas tan sensibles como la fiscalidad, la reforma laboral o la supresión de decenas de miles de puestos de funcionarios. El Ejecutivo podría aumentar los impuestos en un país clasificado como el campeón mundial de la presión fiscal, pone a temblar a amplios sectores de la sociedad con su plan de incrementar la contribución generalizada para la Seguridad Social.

 

Existen otros motivos de peso: el enfrentamiento público entre Macron y el Estado Mayor del Ejército, un choque que terminó con la renuncia de su jefe, el general Pierre de Villier. Éste no dudó en criticar abiertamente el proyecto del mandatario de recortar en 850 millones de dólares el presupuesto de Defensa para este año. La oposición, tanto a la derecha como a la izquierda del Gobierno, se puso del lado del máximo responsable de la jerarquía militar, porque en Francia las Fuerzas Armadas gozan de un enorme prestigio, son una de las instituciones más respetadas del país.

 

Así las cosas, mientras Emmanuel Macron recibe en el Palacio del Elíseo, ante las cámaras del mundo entero, al rockstar más rico del planeta, Bono -de la banda U2– y a la reina del R&B, Rihanna, cada vez más conocida por sus labores humanitarias, los sindicatos advierten que se avecina un otoño social caliente de protestas masivas contra las políticas del nuevo mandatario.

 

Más vale prepararse. Una pausa estival servirá para recargar las pilas.

 

caem