Algo que podría tranquilizar a muchos sectores de la sociedad es que en algunos de los varios millones de spots de televisión que tiene a su disposición Andrés Manuel López Obrador condenara abierta y claramente la dictadura venezolana que está a punto de dar este domingo la puntilla a los vestigios de democracia que le quedan.

 

Ese sospechoso silencio del presidente de Morena y aspirante presidencial, a la par de los apoyos públicos al gobierno de Nicolás Maduro por parte de no pocos integrantes de ese partido y del primer círculo de López Obrador, debe ser de preocupación generalizada.

 

Vamos, la misma secretaria general de Morena, la número dos después de López Obrador, expresa su apoyo total e incondicional al Gobierno bolivariano de Venezuela y muestra su clara simpatía por el modelo chavista de gobierno, a pesar del hambre y la represión evidentes.

 

Mientras esperamos ese deslinde que temo que no llegará, no hay que perder de vista que en este mismo continente, en una nación donde hablan el mismo idioma que nosotros, en ese país que comparte mucha de nuestra historia, hay una crisis humanitaria.

 

De aquí al domingo y en adelante, no hay nada más que la radicalización total de una crisis que inició hace más de una década con la idolatría a un personaje que usó la indignación de la población de los gobiernos anteriores para su propio beneficio y sus propósitos megalómanos.

 

La muerte de Hugo Chávez no mató el discurso de proteger al pueblo bueno de la mafia del poder, lo único que hizo fue que se encumbrara lo peor.

 

Hambre, represión, sin libertad de expresión. Todo tras un discurso donde se culpa a las mafias del poder, a los empresarios y al mundo entero de atentar contra el pueblo bueno.

 

La tragedia migratoria de Medio Oriente nos quedó lejos para entender el tamaño de la tragedia, pero la oleada de venezolanos que ahora salen despavoridos de su propio país deberíamos asumirla como algo más propio.

 

México debe mantener la acertada postura de condenar la suspensión de los mecanismos democráticos, pero al mismo tiempo puede ser momento de explorar con otros países de la región la manera de poder ayudar en la práctica a una población en emergencia humanitaria.

 

Los primeros incrédulos de que Venezuela podría llegar hasta estos niveles de pauperización eran los propios venezolanos. Calculaban que con toda la riqueza de su país tendrían margen para experimentar con un gobierno que se presentó como de izquierda, pero que resultó autoritario.

 

El sabio experimenta en cabeza ajena, pero para reflexionar con la cabeza fría habría que estar menos enojados con nosotros mismos.

 

Es injusto hacer una comparación del México de hoy con la Venezuela de estos días, pero hay que voltear a ver al país que eran antes de tomar ese camino populista que los condenó a este fracaso que les costó no sólo el derrumbe de su economía, sino hasta su salud y su alimentación.

 

caem