Dos caras en un mismo espejo. Dos reflejos tan cercanos como para no ser atendidos. Dos consecuencias –a un lado la irresistible, al otro la temible–, pudo contemplar desde cerca Jonathan Dos Santos mientras compartía Copa Confederaciones con su hermano Gio.

 

La primera cara es la del dinero, la de actuar bajo menor presión, la del gozo de la vida al estilo californiano y en medio del contexto hollywoodense, la del sentir que se asegura de manera rotunda la holgura para sus descendientes.

 

La segunda, es la de una evidente baja en el nivel de juego, la de la falta de motivación para ser mejor, la del admitir que lo mejor en su carrera ya ha acontecido y difícilmente se perpetuará, la de renunciar a ese sueño europeo por el que desde adolescente peleó, la de entrar voluntariamente a una curva descendente.

 

Jonathan tiene derecho a elegir, porque si con su talento y trabajo se ganó la titularidad en el Villarreal, también gracias a eso se ha ganado un contrato como el que le ofrece la Major League Soccer. Nada es gratis, nada es casualidad, si el Galaxy lo busca es porque sabe de su efecto tanto deportivo como mediático.

 

Otra cosa es la estupefacción de los neutrales, aunque buena parte de ellos sucumbiría ante una oferta que elevara considerablemente sus ingresos.

 

Sucede que ante un futbolista de élite de 27 años, con una vida ya de por sí asegurada, con suficiente tiempo por delante para emigrar a un fútbol de segunda línea, con la edad perfecta para ofrecer los mejores momentos de su carrera, la incomprensión es inmensa.

 

Por razones extrañas, un mediocampista tan único en sus condiciones, en su claridad, en su inteligencia, nunca ha ido a una Copa del Mundo. Llegado Sudáfrica 2010 era la gran novedad en la pre-lista de Javier Aguirre; veinte años recién cumplidos, brevísima experiencia en primera división pero con el mejor Barcelona de la historia y un futuro por demás promisorio, animaron al Vasco a convocarlo…, pero no lo suficiente, porque fue el último descarte de aquel plantel.

 

Cuatro años después no había terminado de despegar en el Barcelona, algo que ya no sucedería, y una grave lesión lo alejó de cualquier prospecto de ir a Brasil 2014.

 

Desde entonces, ser estelar en Rusia 2018 tuvo que estar en su mente. Tres temporadas en Villarreal, cada una mejor que la anterior, hacían pensar que Jona llegaría a la Copa del Mundo como eje en torno al cual girara la Selección mexicana.

 

Con su incorporación al Galaxy no termina nada –no su carrera, no su anhelo mundialista–, pero Jona se equivoca si piensa que todo seguirá igual. Por esforzado, disciplinado, ambicioso que sea, nunca resultará lo mismo competir en España que en Estados Unidos.

 

Como muestra, ese hermano mayor que tiene por espejo: Gio, el futbolista mexicano más talentoso de varias generaciones, arrasando en la MLS…, aunque al mismo tiempo tan lejos de su mejor versión, tan instalado y cómodo en esa disputa a medio gas.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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