Desde que impactó al mundo con su inusual narrativa y uso del tiempo en Memento (2000), el británico Christopher Nolan se ha convertido en el cineasta más propositivo y cinematográficamente educado del siglo 21. Si para la generación de los Baby Boomers los cineastas a seguir eran Coppola, Scorsese o Kubrick; y para los de la Generación X lo fueron Spielberg, Burton o Tarantino, para la generación de los Millennials Nolan es –o debería ser- el ejemplo a seguir.

 

El londinense obtuvo la aclamación mundial en 2005, cuando entró en la liga de Hollywood y los superhéroes con su particular versión del hombre murciélago en Batman Begins –y posteriormente sus secuelas: The Dark Knight y The Dark Knight Rises– , que si bien muestran a un cineasta en pleno dominio del tema que está filmando y que, al mismo tiempo, complace con su dosis de cine blockbusteriano, la realidad es que sus mejores trabajos no tienen nada que ver con oscuros héroes alados o complacencias visuales en pro del sistema de estudios que impera actualmente en La Meca del cine.

 

Foto: Warner Bros. Pictures

 

Donde Nolan ha mostrado que su crecimiento como cineasta está acercándose al de leyendas como Kubrick o Hitchcock ha sido en sus cintas más intelectualmente satisfactorias, aquellas en las que logra lo que pocos pueden presumir en la actualidad (¿alguien dijo Zack Snyder?): poner a pensar al espectador. Desde Memento lo hizo con su narrativa inversa, en la que el espectador es el que -al igual que el protagonista- tiene que ir construyendo la historia.

 

En Inception (2010) e Interestelar (2014), dos grandes cintas de la ciencia ficción, Nolan, además, muestra la maestría que tiene para jugar con diversas estructuras narrativas y, en particular, para manejar elementos como el tiempo y el espacio de manera tal que el resultado final es intelectual y emocionalmente satisfactorio, características que definen la mayoría de sus filmes.

 

En su nueva cinta, Dunkerque (Dunkirk, 2017), Nolan apuesta a otro género, el bélico, en el cual la mayoría de los cineastas de gran prestigio se han metido al menos una vez en su carrera: Stanley Kubrick (Paths of Glory, Full Metal Jacket); Oliver Stone (Platoon, Born on the 4th of July); Francis Ford Coppola (Apocalypse Now); Steven Spielberg (Saving Private Ryan); Ridley Scott (Black Hawk Down, G.I. Jane); Clint Eastwood (Letters from Iwo Jima); Terrence Malick (The Thin Red Line) o Mel Gibson (Hacksaw Ridge).

 

Foto: Warner Bros. Pictures

 

En Dunkerque, el cineasta presenta la historia del rescate de más de 400 mil soldados británicos y franceses que quedaron acorralados en la playa de esa localidad francesa entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940, apenas ocho meses después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, evento que fue señalado por Winston Churchill como “un desastre militar colosal”, pero que al mismo tiempo fue catalogado por el propio Primer Ministro británico como “un milagro de liberación”.

 

Nolan no se anda por las ramas y empieza directo en la acción. No hay una historia previa o un contexto que explique lo que ocurre, simplemente se coloca al espectador cual si se tratara de un soldado más que está viviendo los acontecimientos en el lugar de los hechos. Casi no hay nombres para la mayoría de los personajes que aparecen en pantalla- salvo uno que otro-, pues la intención del director es mostrar que en la guerra no hay tiempo para hacer amistades o conocer al de al lado. Y menos cuando la misión es sobrevivir.

 

Técnicamente impecable (Nolan se caracteriza por ser un gran detallista tanto en la parte visual como auditiva), el filme va construyendo la narrativa de manera tal que se asemeja más a un thriller al estilo de Hitchcock que a una película de guerra. Y para eso Nolan utiliza nuevamente su capacidad de contador de historias entretejiendo tres eventos que ocurren en lugares distintos –aunque no muy alejados entre sí- y en espacios de tiempo diferentes: el muelle (cuyos eventos transcurren en el lapso de una semana); el mar (todo ocurre en un día) y el aire (una hora real). La forma en que Nolan entrelaza los tres espacios temporales pasa casi desapercibida, logrando que la experiencia final sea impactante.

 

Foto: Warner Bros. Pictures

 

Para ello, el británico se ayuda de la inquietante, perturbadora y machacante banda sonora compuesta por Hans Zimmer, quien utiliza distorsiones en la sección de cuerdas y hasta el sonido de un reloj que casi todo el tiempo está, de manera consciente o inconsciente, generando en el espectador la sensación de urgencia y peligro. Zimmer ha sido criticado por haberse dormido en sus laureles y repetirse constantemente en sus soundtracks con el mismo patrón musical, sin grandes variaciones o sin componer un tema memorable. Pero aquí su estilo funciona adecuadamente para meter en las entrañas del espectador la desesperación por la que atraviesan los soldados que saben que su vida está en juego.

 

Otro punto interesante de Nolan es que, desde el principio, no menciona nunca la palabra nazi (vaya, en el título descriptivo del principio ni siquiera menciona la palabra alemanes, sino simplemente “el enemigo”). Es más, nunca se ve en pantalla a los soldados o artillería del “enemigo”, pero su presencia es palpable por todos lados, muy en el estilo de lo realizado por Ridley Scott en Alien o Spielberg en Tiburón, aunque al final estos sí muestran al personaje antagónico.

 

Foto: Warner Bros. Pictures

 

Nolan, muy en el estilo de las cintas de guerra “clásicas” (todas las previas a Spielberg y su brutal descripción gráfica del desembarco en Normandía en Rescatando al Soldado Ryan), tampoco muestra una sola gota de sangre en pantalla. A pesar de que las secuencias de acción, con explosiones por doquier, muestran cuerpos de soldado volando, nunca hay un solo cuerpo desmembrado o una gota de sangre en el lugar. Lo interesante de esto (o a pesar de esto), es que eso no impide que el espectador sienta el terror de una guerra. En otras palabras, dirección de cine de alta fineza.

 

Dunkerque tiene, por supuesto, sus fallas. De entrada, el mismo score de Zimmer por momentos es demasiado ruidoso y pretencioso, distrayendo de la acción. Pero quizá el principal defecto del filme sea que no hay personajes centrales con los cuales identificarse. Es una cinta que impacta emocionalmente más por los momentos que viven los soldados, que por las historias que pudieran tener los mismos. Eso le resta un poco de fuerza, pues a pesar de que aparecen rostros conocidos como Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark “el ajonjolí de todos los moles” Rylance y hasta el cantante pop Harry Styles, simplemente uno sale del cine sin haberse identificado plenamente con algún personaje.

 

 

Foto: Warner Bros. Pictures

 

 

Sin embargo, como película es lo que se da en llamar un tour de force para Nolan y compañía, y muestra que si bien el también director de The Prestige no es Kubrick, Hitchcock o Spielberg, cada vez se acerca más a la grandeza de éstos. Con Dunkerque, Nolan apuesta al cine en su más pura expresión: imágenes en movimiento, música de acompañamiento y escasos diálogos, además de haberse atrevido a filmar la película en formato IMAX y en película, no en digital, usando en su mayor parte efectos prácticos (entiéndase físicos, reales) y no generados por computadora, con miles de extras y usando (o construyendo) botes y aviones reales de la época que describe. Así que no debe extrañar que a la hora de las nominaciones al Oscar, su película esté compitiendo como la mejor del año.

 

Nolan es un apasionado del cine, y de que el mismo debe verse en la oscuridad de una sala cinematográfica. Con Dunkerque, emula en muchos sentidos a varios de los grandes cineastas de antaño como Lean o DeMille, muestra su admiración por Hitchcock y poco a poco va labrando su camino para convertirse, seguramente, en el cineasta más famoso y aplaudido del nuevo milenio. El camino ya lo inició, y con Dunkerque da un paso más que firme hacia la grandeza fílmica.

 

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